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  • Trahn: De nuevo con todos ustedes / 17 noviembre 2002

    Buenas noches, amigos y desconocidos.
    Ayer tenía pensado continuar contándoles la historia del cumpleaños letal, o al menos algún bello suceso ocurrido durante la celebración del mío. No pudo ser. Pero si hoy la dueña del cyber condesciende en cerrar a las nueve de la mañana, como hacía antaño, es posible que pueda contarles todo eso y mucho más.
    No perdamos más tiempo. Les había dejado con Ricky Linda Mirada acercándose al sillón de Frank sin ningún disimulo, y evidenciando intenciones felatorias cuanto menos, si no abiertamente sodomíticas. Si usted acaba de incorporarse a este diario, baje el cursor y lea atentamente la actualización anterior. Léalo todo, de hecho, y deje algún comentario elogioso. Los que ya saben de qué estoy hablando, pueden continuar leyendo….

    CUMPLEAÑOS LETAL II: NOCHES CALIENTES EN URGENCIAS
    Bien, Ricky. Antes de continuar, permítanme que les haga un breve apunte de este muchacho. Es la única persona que conozco capaz de llamar a Telefónica, reclamarles la moneda que le había tragado una cabina y conseguir que le enviasen una tarjeta por valor de 500 pesetas, acompañada de una nota de disculpa. Tiene hazañas más impresionantes: en una ocasión puso un anuncio en la sección de contactos de una publicación gay, pidiendo “hombres activos muy bien dotados“. Y qué, dirán ustedes, que seguramente han leído cosas mucho peores. Bien, el tema es que unos cuantos muchachos acudieron a la cita, y Ricky largó a patadas a más de uno, diciendo con toda su indignación: “¿Pero es que no sabes leer? Pedí tíos bien dotados! ¿O es que te parece que ESO que tienes es estar bien dotado? Hale, a la calle“. No me negarán que requiere cierto valor y cierto desprecio por la propia integridad física. A Ricky le debo haber aprendido la expresión “hacer la carrera” en el sentido de irse a los parques y las zonas de cruising a ligar. Claro que lo había oído antes, pero como buena lectora de Yo, Christina F. Hijos de la droga, lo asociaba a pasearse por Bernhardstrasse escasita de ropa y controlando los coches pilotados por señores gordos con traje. En fin, que Ricky era todo un personaje, como todos ustedes no tardarán en comprobar.
    La fiesta tocaba a su fin, pues, y los asistentes iban cogiendo abrigos y mochilas para seguirla en la calle. Ricky se acercó a un grupito e indagó con ojos lujuriosos: “¿Guién esz ese dío dan guabo? ¿Endiende?“. “Se llama Frank, es alemán, tiene novia y no parece que entienda en absoluto“, informaron los presentes sin mentir. “Prrrfs“, concluyó Ricky levantando una ceja, “dodo el munndo endiende hasza je se debuesdre lo jondrario“.

    Pues vale. Los invitados formaron frente a la puerta de salida, Ricky se adhirió a Frank e intentó iniciar una conversación coherente y la anfitriona repartió raciones de droga algo menos blanda para todos, a medida que íbamos saliendo.
    Camino de un bareto (cuya dueña, invitada a la fiesta, dijo que abriría sólo para nosotros), me acerqué a Ricky y le advertí: “Oye, que Frank no habla demasiado español y tú no estás precisamente en tu mejor momento“. “Afarta, petarrrda enfidiosa“, dijo Ricky ignorando mi aviso, “azemás, yo haflo un italiano ferpecto“. “Ya“, respondí yo, “pero es que tampoco habla italiano“. “Prrrfs“, dijo Ricky, y a partir de ese momento fue totalmente imposible conseguir sacarle una sola palabra en castellano. Porque efectivamente habla un italiano perfecto. A todo esto, imagínense la cara del bueno de Frank, acosado por una loca enfundada en lycras que le agarraba del brazo y le decía “tu sei bellíssimo, ragazzo tedesco!“. De vez en cuando, se lo decía subido al capó de un coche e imitando el poco sutil tono de Raffaela Carrá. La paciencia teutona nunca fue tan puesta a prueba.
    Con eso, llegamos al bar, abrimos la chapa, entramos en comandita y volvimos a cerrar la chapa. Corrieron los licores, volvieron las drogas blandas, sonaron ochentadas, bailaron los invitados… todo era harto bello y armónico. Ricky seguía acosando a Frank con una tenacidad digna de mejor causa, pero se hacía más y más evidente lo inútil del empeño a medida que transcurría la noche. Yo fui a hablar con su amigo Dani del asunto, porque realmente Ricky empezaba a parecer un trasunto italiano de Glenn Close en “Atracción fatal“. Pero vaya por Dios, a Dani le había sentado estupendamente su dosis de droga menos blanda, y estaba en el cuarto de baño de hombres, rodeado de invitados escacharrados de risa, escenificando uno de sus miles de polvos de urinario. Así que lo dejé por imposible y volví a la barra, observando para mi asombro que Ricky se había subido a la misma y estaba bailando algo entre un sirtaki y una danza del vientre. Me volví para ver si Frank estaba presenciando también ese último y algo desesperado recurso de seducción, pero Frank ya se había ido. Y en ese momento, un estrépito considerable atrajo todas las miradas: Ricky se había caído sobre la estantería de los vasos.
    Corrimos en su ayuda, lo levantamos con cierto esfuerzo y pudimos comprobar dos cosas: que ya no hablaba italiano (“eszoy fien, dranquilos“, dijo) y que tenía unos atroces y sangrientos cortes en el brazo que había absorbido la mayor parte del impacto. Yo tengo el estómago a prueba de casi cualquier cosa (y recuerdo a mis lectores que vivo en un lugar que celebra un acto llamado El Merengazo), pero vive Dios que no veía algo tan grave desde que En buenas manos emitió una operación de cambio de sexo. Y aquí empieza lo grave.
    Entre su amigo Dani y yo lo arrastramos a toda prisa hacia la puerta del bar. Otro de los invitados sacó una fregona y se encargó de eliminar los tremendos charcos de sangre que Ricky dejó a su paso. Yo me quité un horrendo impermeable verde que me había regalado mi querida madre, con su habitual mal gusto para elegirme ropa, y envolví el brazo de Ricky, para que no se nos desangrase antes de llegar al hospital, pero sobre todo para que nos dejasen meterle en un taxi.
    Llegamos al hospital, entramos por Urgencias y Dani metió a Ricky en una de las salas, mientras yo le contaba una versión depurada de lo ocurrido al policía de la puerta. Entre tanto, llegaron al hospital dos de los invitados de la fiesta que, gravemente entripados, pensaron que sería buena idea pasarse por allí. El policía les echó una mirada torva, yo intenté desviar su atención diciendo algo como “caramba, debe de sentirse muy solito aquí, trabajando toda la noche en un hospital” (recurso tomado del porno que parece que no falla nunca), cuando un tremendo portazo sacudió los cimientos del edificio, y Ricky pasó como una flecha a nuestro lado, chillando a las paredes: “¡Usted a mí no me cose, matasanos de mierda!“. Dicho lo cual, se metió en un pequeño cuarto de baño que había en la sala de espera, y cerró la puerta con cerrojo. Tras él aparecieron un sonrojado Dani y un indignado y ancianito médico, aún con la aguja enhebrada en la mano. “Lo siento“, dijo Dani, “ahora mismo lo saco de ahí y continuamos“. “¿Ha tomado drogas?“, preguntó el policía con la mirada torva de antes. “En absoluto“, mentí yo, “es que está asustado“. Pero ay, la parejita entripada se tomó a mal la pregunta y dijo: “Y qué si las ha tomado, so madero!“. “¿CÓMO?”, dijo el madero. “Que no, que no las ha tomado“, dije yo. “Ricky, sal de ahí“, dijo Dani. “Esto es un sindiós“, dijo el médico ancianito. “¡Que a mí usted no me cose, jodido matasanos!“, chilló Ricky desde el baño. “Policía asesina“, proclamó la parejita. “Virgen del amor hermoso“, suspiré yo.
    En ese momento de caos, Ricky entreabrió la puerta del baño, y Dani aprovechó para meter una bota entre la puerta y el quicio. Algo hablaron que yo no llegué a oír, porque estaba ocupada pidiéndole al médico que tuviera paciencia, diciéndole al policía que el uniforme le sentaba estupendamente y conminando a callarse a la reivindicativa parejita. En cualquier caso, Ricky asomó por la puerta del baño y manifestó con dignidad que estaba ya bien y que podían coserle. “Uf“, dije yo, y estaba a punto de decir: “menos mal“, cuando Ricky volvió sobre sus pasos y corrió a encerrarse de nuevo en el baño. Afortunadamente, me saltaron los reflejos y tuve tiempo de agarrarlo por la lycra. “Ricky, cariño“, dije yo. “Muérete, puta!“, respondió él. “Mira, jodida histérica“, dije yo, que ya empezaba a estar hasta el coño, “o te tranquilizas o…“. Y entonces me callé y solté a Ricky, porque me di cuenta de que, al agarrarse con fuerza al quicio de la puerta, se le estaban abriendo las heridas otra vez, y aquello chorreaba sangre cual remake japonés de Carrie. Pero entonces llegó Dani, que había estado conteniendo al policía casi por la fuerza, enganchó a Ricky del pecho, lo levantó a hombros y lo cargó semiinconsciente hasta la sala, donde el anciano médico seguramente ya estaba dándole al éter por pura desesperación.
    Yo pedí una fregona para limpiar el charco de sangre y se la pasé a la parejita (que se quedó fascinada por los interesantes dibujitos psicodélicos que conseguían al fregar), y le dije al policía: “no sé tú, macho, pero yo necesito fumar o que me pasen algo del botiquín“. El policía se mostró de acuerdo y salimos a fumar. Cuando volvimos a entrar, la parejita ya estaba más calmada y de la sala salía la suave voz de Ricky, diciendo: “es usted el mejor cirujano del mundooooo. Nadie, nadie me ha cosido nunca como usted, señor cirujano“. También se oía a Dani diciendo: “joder, Ricky, vuelve a la inconsciencia, por favor“, y al anciano médico riéndose entre dientes.
    Al rato salieron los tres, Dani con cara de agotamiento, Ricky con tres estupendos bordados en el brazo, y el anciano médico con aspecto de necesitar otra dosis de éter para superar la noche. Recogí a la parejita, que en el intervalo se había hecho muy amiga del policía (asesina), y nos fuimos a casa.

    Lo que ocurrió después:

    • Dani se llevó a Ricky a dormir a su casa. A las cuatro de la tarde, un alarido sacó a Dani de la cama: Ricky acababa de despertarse, no recordaba nada de la noche anterior (ni siquiera mi soberbia interpretación del bello cuento oriental) y, al verse el brazo, se había pegado el susto de su vida.
    • Yo me fui a mi casa, metí el ensangrentado impermeable en la bañera, puse dos dedos de agua y me fui a dormir. A las cuatro de la tarde, un alarido me sacó de la cama: mi madre había ido a lavarse los dientes y, al ver el sangriento espectáculo de la bañera, se había temido algo tal que una violación múltiple con heridas de arma blanca en la persona de su hija. Le conté lo ocurrido y, oh maravilla, el horrible impermeable resultó irrecuperable y fue a la basura. No hay buena acción sin premio.
    • El resto de los invitados bailaron, se drogaron más todavía y olvidaron completamente el accidente en menos de cinco minutos.
    • La parejita ya no sigue siendo parejita. Él estudió medicina y se casó con una marroquí. Ella estudia Bellas Artes y sigue diciendo que policía asesina.

    Esto es todo por hoy.

    Tengan cuidado ahí fuera.
    Trahn.

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