Ayer por la mañana, volviendo a casa, me paró una chica en la calle. Me ocurre muy a menudo y suelen ser testigos de Jehová, que seguramente piensan: “Si va leyendo una revista, no le importará dejarla y leer la palabra del Señor, alabado sea“. Se equivocan siempre. Pero la de ayer no parecÃa querer ofrecerme un estudio bÃblico a domicilio, asà que me paré y la escuché.
Las encuestadoras suelen ser jóvenes y estar nerviosas, no lo pasan bien abordando a la gente en mitad de la calle. Como a mà me pasa lo mismo (salvo lo de la juventud), intento ser amable con ellas. Algunas veces son más del tipo dinámica, feliz y encantada de la vida de hacer lo que está haciendo. En esos casos alego prisa y me voy. Seguro que ni se inmutan, seguro que piensan “es un desafÃo retener la atención del cliente” o alguna mierda por el estilo. Pues bueno.
La de ayer, decÃa, era del tipo joven, tÃmida, cansada y con las palmas húmedas de vergüenza. Me cayó bien, aunque a lo mejor en la vida cotidiana es de las que llevan la sintonÃa de Hay una carta para ti en el móvil. En todo caso, encendà un cigarrillo y escuché lo que me decÃa. Me dio una cinta de vÃdeo y un sobre grande y dijo: “Llévate esta cinta a casa y ponla en el vÃdeo. Es el primer capÃtulo de una nueva serie sobre la que estamos haciendo un estudio. En el sobre hay un cuestionario para rellenar cuando hayas visto la cinta, y un cheque del Corte Inglés por valor de seis euros, por las molestias“.
Tengo que decir que me gustó recibir en la calle una cinta de vÃdeo sin marca externa alguna que la identificase. Ojalá me hubiera dicho algo como: “Guarda esta cinta en un lugar seguro y ni se te ocurra verla. Lo digo en serio, lo que contiene podrÃa matarnos a todos. No hables de esto con nadie y no me llames, yo me pondré en contacto contigo“. Pero no lo dijo. Lo cogà todo y lo guardé en la mochila. Me dijo: “Hay también un sorteo de un lote de productos, ¿quieres verlos y elegir los que querrÃas que incluyeran en tu lote si ganases?“. Me dio un catálogo de productos insólitos. Insólitos, de veras: snacks salados (literal), snacks dulces, dentÃfricos, aguas minerales, pastillas y caramelos mentolados, desodorantes, bollerÃa industrial, postres y pasta italiana. Elegà un poco al azar, buscando la marca que menos conociese (pasta rellena de queso La Rana) o el envase más extraño (un desodorante francamente fálico). Se despidió recordándome que me llamarÃan a la mañana siguiente para preguntarme mi impresión acerca de la serie nueva. Volvà a casa.
El resto del dÃa no ocurrió nada raro, nada que confirmase mis sospechas acerca del contenido de la cinta. Nadie me siguió, nadie silbó una popular tonada escocesa a mi paso, nadie tropezó conmigo y me colocó un localizador. O, si ocurrió, yo no me di cuenta. Miré unos cuantos libros que no puedo comprarme, me paré a escuchar a unos tÃos tocando la gaita en una plaza. Compré una chapa de la Bruja AverÃa para regalársela a una amiga, porque me gusta la ropa que lleva y muchas de las cosas que dice. Le gustó. Volveré otro dÃa a la tienda de chapas, habÃa una que decÃa Muérete, gracias y creo que la necesito. Para alejar a los testigos de Jehová, por lo menos.
Por la noche volvà a casa y puse la cinta. Pantalla negra, pitido, advertencia: “Atención, cinta especial: no la rebobine ni la haga pasar a velocidad acelerada“. Coño. ¿Se autodestruirá si lo hago? ¿Explotará? HabÃa que comprobarlo, asà que rebobiné cinco segundos del comienzo y volvà a ponerla. Al darle al play, esos cinco segundos habÃan desaparecido. No habÃa imagen ni sonido, sólo nieve. Wow.
Y en cuanto a la serie… bueno, se parecÃa bastante a aquel espanto de los ochenta llamado Padres forzosos. El capÃtulo empezaba con tres padres jóvenes llevando a tres niños a la guarderÃa. Los niños estaban bien, eran pequeños y hablaban y pensaban como adultos. El tipo de niño que no existe o que yo no me encuentro nunca. Los padres eran completamente arquetipo: el sensible recién divorciado, el elegante y cruel ejecutivo de una importante marca de ropa femenina y el moreno italoamericano que hace gracietas sobre su familia. Oh, y también estaba el pingo de Chicas de Oro, Blanche, haciendo de directora borde de la guarderÃa, y una rubia que me sonaba vagamente, haciendo de madre recién divorciada que le echa el ojo al sensible cuando coinciden llevando a los niños por la mañana.
La serie, como verán, no tiene mayor aliciente. Pero, oh, el doblaje! Uno de los niños hablaba en rotundo argentino, mientras que dos de los padres lo hacÃan en inconfundible mexicano. La directora de la guarderÃa y la ex del sensible, en venezolano. La rubia divorciada, en castellano standard. El resto de los personajes, en algo que no identifiqué, pero que podrÃa perfectamente ser guatemalteco o panameño. Lo más parecido que recuerdo haber presenciado fue una mesa redonda llena de escritores hispanoamericanos. O un episodio de Pixie, Dixie y el gato Jinks, en el que toda la familia de Pixie venÃa de visita, y no habÃa dos que hablasen de la misma manera, para regocijo del público infantil.
El capÃtulo terminó y yo me fui a la cama. Por la mañana me despertó el teléfono. En algo sà que se parece esta gente a los testigos de Jehová: aparecen a unas horas del todo incivilizadas. Encendà un cigarrillo y escuché lo que me decÃan, porque la teleoperadora también parecÃa joven y nerviosa, y un poco incómoda por haberme despertado tan temprano. Como los lectores más sagaces ya estarán imaginando, el estudio acerca de la serie era una burda excusa para encuestar posibles consumidores de un producto que se anunciaba en los intermedios del capÃtulo. No me importó.
Las preguntas eran increÃbles: “¿Cree que este producto tiene un frescor ilimitado?”. Hombre, tanto como ilimitado… no sé. “¿Se siente más seguro de sà mismo cuando lleva este producto consigo?”. Joder. “¿Cree que es un producto social, lo compartirÃa?”. Pero, pero, pero… “¿Le darÃa este producto a personas de cualquier edad?”. La teleoperadora se reÃa de vez en cuando y decÃa: “Ya, las preguntas son un poco raras“. Yo compro de vez en cuando el producto en cuestión, y a esas alturas de la charla ya me corrÃan sudores frÃos. ¿Estaré consumiendo una droga de ilimitado frescor sin saberlo? La hostia.
Eso fue todo. Si gano el lote de productos, lo que dudo muchÃsimo, detallaré su contenido. A lo mejor incluyen algo de frescor ilimitado. O que proporcione inmediata seguridad en uno mismo. Algo social, algo que pueda compartir.
Ya les contaré.
Nikos, en castellano.