Historias familiares (para leer escuchando “Kill your brother“, o con La matanza de Texas de fondo).
-Mi tÃa abuela M ya era viuda cuando yo nacÃ. HabÃa estado casada con un juez (“un magistrado”, que decÃan antes) llamado Luis, que al parecer era simpático, tenÃa mucho talento para la pintura y murió de cáncer de garganta. Cuando era pequeña le pregunté a M si habÃa tenido hijos y me contestó que no. “Jo, qué pena“-dije yo-”eres viuda y estéril“. Lo de estéril seguramente lo habÃa leÃdo en la Biblia. M se echó a reÃr, no me dio la colleja que podÃa haberme dado y se lo contó a todo el mundo. Tuve que soportar mucha carcajada ajena y mucho sonrojo propio: el castigo de los niños que hacen gracietas sin ser conscientes de estarlas haciendo.
M cobró una pensión harto generosa y se dedicó a viajar por todo el mundo. En su casa habÃa horrores traÃdos de la India, de Sri Lanka, de Hong Kong, de ParÃs, de TurquÃa, de Marruecos, de Japón, de Puerto Banús. Horrores genuinos, como la cajita hecha de conchas marinas, el cristo bizantino, las muñequitas rusas, la máscara africana, el pisapapeles de cristal con la torre de Pisa dentro, las tres pirámides doradas, las figuritas vestidas con trajes regionales, la guitarra hecha con una concha de tortuga, el ajedrez de mármol, la botella con barquito dentro y, naturalmente, una importante cantidad de joyas carÃsimas que a Rappel le avergonzarÃa lucir en público.
Después de unos años de teórica solterÃa y supuesto celibato, M se echó un novio de parecida edad y circunstancias, y los dos se dedicaron a hacer rutas turÃsticas en coche por la penÃnsula. Una tarde, después de haber comido como obispos en un coqueto parador, decidieron coger la carretera del puerto de montaña, donde el paisaje es verde y bello. Ya allÃ, vieron un interesante desvÃo y lo tomaron. No vieron las señales que advertÃan a los conductores de que ese paso estaba cerrado al tráfico, porque estaban cubiertas de nieve. Tampoco vieron la cadena que cruzaba el camino, que entro por el parabrisas y golpeó a mi tÃa M en la garganta, partiéndole la tráquea y matándola en el acto.
Después del funeral fuimos a su casa, a recoger lo que en las pelis se llaman “efectos personales”. Yo esperaba volver a ver aquel museo del souvenir y el mal gusto, pero todos esos insólitos objetos ya habÃan sido envueltos en periódico y empaquetados en cajas, quién sabe con qué destino. Me dijeron que podÃa elegir algún libro para llevarme, si lo querÃa, asà que me acerqué a la librerÃa del salón y eché un ojo. HabÃa ocho tomos de cutrenciclopedia histórica editada allá por los años sesenta, una biografÃa de Franco (creo que escrita por VizcaÃno Casas), un libro de Morris West y un ejemplar del Korán (sÃ, con k, han leÃdo bien), que aún tenÃa muchas páginas pegadas, sin cortar. La enciclopedia y la biografÃa de Franco se los llevó mi abuela, no sé qué fue del libro de Morris West, y yo me llevé el Korán. TodavÃa lo tengo, entre unos Evangelios Apócrifos que no sé de dónde han salido, y el Libro del Mormón, que me regaló y dedicó un mormón harto atractivo llamado Gary, al que estuve acosando sin éxito durante medio verano.
Pobre tÃa abuela M, se murió sin haber leÃdo perlas como la que sigue: Alá Benefactor dice: “Vuestro solaz es la ambición… / hasta que visitéis las almacabras; / mas no, ya os enteraréis… / luego quizá ya os enteraréis… / que no, si supierais a ciencia cierta… / sà veréis el huerco / pues lo veréis con el ojo de la certeza; / luego seréis preguntados ese dÃa por la gracia.” (Ambición 102). Con un par.
-El primo tercero raro. Seguramente no fuera ése su nombre, pero es que mi abuelo no conseguÃa recordarlo, y fue él quien me contó esta historia. El primo tercero raro era raro y vivÃa en un pueblecito de la cuenca minera. Un buen dÃa se echó una novia de la Xana, es decir, una novia de la montaña. Yo no he estado en esa zona, asà que no sé si lo de proceder “de la montaña” viene a ser como parecerse a Heidi o más bien como parecerse al Yeti. En todo caso, el primo tercero raro estaba bastante feliz con su novia montañesa, o eso creÃan todos.
Una tarde subió a verla a su casita en la montaña y llamó a la puerta. Cuando ella abrió, él se metió los cañones de la escopeta en la boca y disparó. La chica gritó con su voz de montañesa y acudió gente (y puede que alguna cabra), pero no pudieron hacer mucho más que consolarla y tapar el cadáver con una manta. Del primo tercero raro no quedó demasiada cabeza como para identificarlo, pero tampoco es que hubiera alguna duda. En el pueblo lo recuerdan como “el que se suicidó por amor”. Extraño concepto del amor, por Crom.
-La prima tercera Betsabé. Ignoro el grado de parentesco que me une a esa señora de insólito nombre, pero me parece bien adjudicarle el grado de prima tercera. A la prima tercera Betsabé la llamaron Betsa durante mucho tiempo, hasta que nacieron sus sobrinos, que no podÃan decir Betsa y mucho menos Betsabé, asà que acabó por ser conocida como Versa, que tampoco suena mal. Mi abuelo dice de ella que era “alegre, siempre alegre, pero muy irresponsable“. Traducción: la prima Versa bebÃa como un nenúfar, le daba a la frasca cosa mala, y bailaba hoy con éste mañana con el otro.
Asà estaban las cosas cuando conoció a un afuerino, un gañán con Ãnfulas, que pasaba la vida diciendo “yo soy un Campos“, como si el apellido lo convirtiese en pariente de la realeza monegasca. Mi abuelo todavÃa se pregunta qué verÃa en él la prima Versa para casarse con él contra la voluntad de sus padres y entre sonoros abucheos de media población. Yo creo que pudo tener algo que ver con el bar que habÃa montado el tÃo en cuanto llegó al pueblo. Quizá Versa pensó: “he aquà la fuente de toda felicidad“. El caso es que se casaron y Versa atendÃa el bar, mientras el gañán con Ãnfulas jugaba al dominó sentado en una mesa y controlaba con un ojo lo que hacÃa su mujercita en el mostrador.
Todo era alegrÃa hasta que ocurrió el accidente. El hijo de la pareja, MatÃas, trabajaba de recadero para un rico de la zona, y habÃa salido por la mañana con su bici a llevar un paquete a la montaña (pero no a la misma montaña donde se mató el primo tercero raro). HabÃa llovido durante toda la semana anterior, asà que los caminos estaban peligrosamente resbaladizos. MatÃas tomó una curva particularmente complicada, tropezó con algo, salió despedido por encima de la bici y cayó contra la vÃa del tren. “¿Y pasó el tren y lo mató, abuelo?“, pregunté yo con los ojos muy abiertos. “No“-dijo mi abuelo-”pero se dio con los raÃles y se partió la nuca“. Unos vecinos avisaron a la policÃa y otros, gente curtida duelos mineros de toda Ãndole, fueron a llevar la mala noticia a Versa y al gañán.
Versa nunca se recuperó de la muerte de su hijo, dice mi abuelo. Lo que antes eran alegres tientos a la frasca de vino del bar, acabó siendo un alcoholismo triste y callado. El gañán, lejos de intentar arreglar un poco las cosas, se atrincheró definitivamente en su mesa y en su dominó. Versa se consoló en los robustos brazos de un minero que solÃa ir por el bar, para escándalo definitivo de su familia. Un par de años después de la muerte de MatÃas, se quedó embarazada, suponemos que del enorme minero. En cuanto empezó a notársele, cogió al minero, dos maletas, una frasca y la caja del bar, y se largó muy lejos del pueblo. El gañán empezó a atender la barra del bar y nunca dijo ni palabra del asunto, como si nunca hubiera estado casado con Versa ni hubiera tenido un hijo con ella. A esas alturas de la pelÃcula, la gente le tenÃa menos asco y más compasión, asà que todos se guardaron prudentemente los comentarios.
¿Qué habrá sido de Versa? ¿Tendré un tÃo tercero enorme y minero por ahà perdido? Cuántas incógnitas guarda el armario de esqueletos de mi familia.
Y eso es todo. Otro dÃa les hablaré del tÃo abuelo César, que murió ciego y loco como una cabra, o del primo segundo Nicanor, o del infame tÃo Horacio, cuyo cara se ha tachado hasta de las fotos de su propia boda. Pero eso será otro dÃa.
Nikos, porque la sangre es más espesa que el agua.