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  • Nikos: Tú también estás loca -dijo el Gato- o no habrías llegado aquí / 26 noviembre 2003

    Si han terminado con la criminología y la dactiloscopia, échenle una mirada a esto.
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    [...] En la Edad Media la locura se diluía entre la miseria dominante, y los locos, inocentes u orates, no diferían en su imagen de la mayoría de los pobres, que, sucios, zarrapastrosos, mal encarados, medio desnudos o vestidos andrajosamente, vagaban por campos y ciudades, y que, como todos, pedían limosna. Pero, a medida que fue siendo necesario distinguir entre pobres verdaderos y falsos, los locos iban emergiendo en el escenario público de la sociedad bajomedieval, despertando en la gente común actitudes muy diversas: repulsión, miedo, horror, curiosidad, burla, compasión y respeto ante los que se presentaban como diferentes.

    Para muchos, los locos tenían una cierta impronta de lo sobrenatural, de lo sagrado, como si hubiesen sido tocados por Dios o encarnasen la “caída” de la naturaleza humana. Persistía todavía una concepción mágica de la locura, procedente sobre todo del mundo musulmán, donde los locos eran considerados como seres aparte, iluminados, místicos e incluso profetas: “El espíritu divino habita en esas cabezas que han dejado vacías los pensamientos humanos“.

    Abdul Alhazred

    Entre los musulmanes cultos, el loco debía ser soportado y respetado como ejemplo de la forma de existencia individual, y no debía ser excluido de la sociedad, porque era una garantía del fluir humano en una comunidad religiosamente ordenada.

    Pero también en el Occidente cristiano la locura podía mostrar la mano de Dios, y se creía que que los locos veían lo que otros no podían ver: estaban dotados para predecir y adivinar el futuro de algunos hombres. En cierto modo, habían sido elegidos por Dios y se conducían con una regla distinta de la que regía para los cuerdos. Y acaso fuesen más sabios que los demás: “La sabiduría de los hombres sensatos es a veces corta de vista, mientras que los locos ven a lo lejos“.

    Según Santo Tomás de Aquino, los santos eran los más locos para el juicio humano, porque despreciaban los bienes que buscaba la sabiduría de los hombres, y su conocimiento era de inspiración divina. Todo exceso, toda locura que se realizase en busca de la salvación eterna, era aceptada como algo maravilloso que daba carácter positivo a lo extraño. San Francisco de Asís causaba la desesperación de su padre y consiguió que lo tomasen por loco, pero creó un potente movimiento que era una imagen clara de locura colectiva por la cruz.

    La piedra de la locura

    La extracción de la piedra o El cirujano, por Jan Sanders van Hamesen, c. 1555
    Para el pensar medieval los locos podían estar libres de los instintos, pasiones y apetitos de los demás, purificados por sus carencias, renuncias y padecimientos, y eso les daba una cierta superioridad moral. En este sentido, podían ser sobrevalorados socialmente, reverenciados, o cuando menos respetados.

    Pero, por otra parte, en tanto que los locos parecían estar fuera del mundo y eran supuestamente capaces de penetrar en las oscuridades del más allá y de percibir “las extrañas formas del misterio que pueblan esta noche desconocida“, también producían miedo, horror y pánico.

    A menudo esto se debía a la apariencia externa, por el aspecto físico que supuestamente les infligía su mal y por el estereotipo que poetas, trovadores y miniaturistas iban paulatinamente creando, proporcionando al pueblo una imagen negativa y repulsiva. En principio, la imaginería les presentaba como pobres harapientos y con las ropas destrozadas, unas ropas que ellos mismos habían desgarrado hasta la desnudez o semidesnudez. Luego, esa imagen iría cambiando hacia una mayor visibilidad social, adoptando vestimentas más llamativas, casi bufonescas, con cascabeles, gorros con cuernos,  espejillos, etc.

    Loco

    Ilustración tomada de Iconografía del Tarot, de Andrea Vitali. Centro Virtual Enrique Eskenazi.
    [...] Era la familia, la parentela o la vecindad la que se ocupaba de la guarda del loco, quien, si bien no podría decirse que estuviera socialmente integrado, en la mayoría de los casos sí era tolerado en el marco social al que pertenecía. La fuerte solidaridad desempeñada por la familia, que era entonces muy amplia, garantizaba la seguridad y el cuidado del demente, tanto en el ámbito rural como en el urbano. Pero fuera de su marco de referencia habitual, los locos foráneos o extranjeros, o simplemente los carentes de familia, eran mucho menos aceptados, y si se mostraban violentos o furiosos, podían ser públicamente azotados, puestos en la picota, encarcelados en las puertas de las ciudades o bien expulsados de las mismas.

    Locura, por Alfred Kubin

    Locura, por Alfred Kubin, 1914

    A veces circulaba la idea de expulsar en masa a todos los dementes de alguna ciudad, de conducirlos a algún lugar de donde nunca pudiesen volver. Era el tema de las legendarias naves de los locos, una ficción literaria muy difundida en los países centroeuropeos, que recogía determinadas fantasías colectivas sobre los locos, pero que no se apoyaba en la realidad ni en hechos históricamente probados. Sí es cierto que, a menudo, algún loco fue expulsado y escoltado hasta su país de origen, o que simplemente fue abandonado en el campo y a su suerte. Circunstancia que, con el tiempo, ocasionaba otro tipo de leyendas, tales como las de los hombres salvajes que vagaban por los montes, bosques y cementerios, huyendo o atacando a caminantes y paisanos.

    La nave de los locos
    La nave de los locos, por Hieronymus Bosch, finales del siglo XV

    Hombres de la mitología popular, que se alimentaban de hierbas y alimañas, de apariencia sucia, con barbas, pelos largos y ropa destrozada, y que aprovechaban la luna llena para salir de su refugio. Pero, sobre todo, eran personajes imaginarios que reemplazaban en la mentalidad popular a fantasmas y monstruos más antiguos: hombres muy altos, fuertes y de vello por todo el cuerpo, que apenas sabían hablar, que corrían velozmente y que se armaban con grandes ramas, asaltaban a los paisanos y violaban a cuantas mujeres encontraban a su paso.

    Nabucodonosor

    Nabucodonosor, por William Blake, 1795

    Eran los hombres lobo o licántropos, tan fantásticos como las mujeres salvajes, que buscaban y seducían a los hombres con artificios deshonestos, tales como las xanas asturianas. Sin embargo, la medicina, desde la antigüedad, consideró a la licantropía como una enfermedad muy real.

    Lo que acaban de leer está extraído de la Historia de la locura en España. Lo escribe Enrique González Duro, lo edita Temas de Hoy, y ustedes deberían leerlo. Son tres tomos, así que pueden ustedes enloquecer con toda tranquilidad y parsimonia.
    Lean, lean. Casi nunca se arrepiente uno.
    Nikos, living la vida loca (la de los Toy Dolls, por supuesto).

    Un comentario

    1. oscurecido
      Escrito el día 9 octubre 2008 a las 11:58 am | Permalink

      Hola! me ha gustado mucho el extracto del libro sobre la locura, estoy interesado en el tema a pesar de seguir siendo algo tabú. Tienes en todas las ilustraciones pie de página menos en la del árabe me ha llamado mucho la atención esa imágen no tendrás por casualidad sus datos por ahi ¿?

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