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  • Trahn: Lesbian lovers from outer space (o La complicidad del sabor salado II) / 3 diciembre 2003

    Buenos días, amigos y desconocidos.

    No necesitan decírmelo: soy lo puto peor y tengo menos palabra que la protagonista de Hijos de un dios menor. Me lo dicen hasta las galletas de la fortuna del restaurante chino: “Cuando sopla el viento, el necio construye barreras, el sabio construye molinos y tú eres lo puto peor“. En fin. Les cuento la historia de hoy porque
    a) ya va siendo hora de que este diario sea lo que fue, luz al final del túnel de las tristes existencias de todos ustedes,

    b) mi amiga Selma está un poco harta de que su lesbiandad ondee al alegre viento ujournalero y ha reclamado algo que le quite a ella bolloprotagonismo y

    c) me sale de la brinca del coño, por supuesto.

    Así que allá vamos con este par de fascinantes historias. Desde ultratumba, con amor y tribadismo para ustedes:

    EL AMOR ES QUÍMICA

    Empezemos por los pseudónimos de rigor. No tanto por proteger la intimidad de las implicadas (que es algo que ni a ellas ni a mí nos importa una mierda), como porque no recuerdo sus nombres reales. Así que las llamaremos Martasánchez y Clon, porque ambas son ese tipo de mujer que hace silbar y pasmarse a los viejecitos en las plazas públicas: bajitas, contundentes, jamonas, rubias y vestidas y maquilladas como para la Blonde Bitches Party 2004. Sí, exactamente el tipo de tía que, en la vida real, sólo es lesbiana durante quince minutos y en el porno más cutre. Uñazas ultralargas incluídas.

    Martasánchez y su Clon se conocieron, se fascinaron y se fueron a follar una noche de viernes. No imagino nada más parecido a masturbarse ferozmente ante un espejo. De cualquier forma, el asunto prosperó y se convirtieron en parejita oficial, para regocijo de sus respectivos amigos (que de inmediato se convirtieron en amigos comunes, ante la imposibilidad de distinguir a una de la otra) y pesadumbre de quienes las habían admirado a distancia cuando bailaban desenfrenadas, borrachas y escasas de ropa en el calor de las noches ovetenses.

    En fin, la parejita era feliz (y cada vez más rubia), y los días pasaban idílicos entre lésbico fornicio, compras en Zara y estruendosas ovaciones de cada despedida de borrego (lo que ustedes conocerán por “despedida de soltero“) que se cruzaban por la calle. Durante su primer año de relación protagonizaron divertidas anécdotas, con las que ustedes podrían epatar en la próxima reunión de la comunidad de vecinos. Como aquella ocasión en que se fueron en el coche de Clon a practicar sexo rural al atardecer y una pareja de ociosos guardias civiles metió una indiscreta linterna por la ventanilla y dijo: “Por favor, señorita, salga del coche“. Clon sacó la cabeza de debajo de la manta (las noches astures son frías) y dijo: “Es que estoy sin vestir“. Los guardias se miraron y dijeron: “Pues salga y vístase” (dénse cuenta, amigos lectores, “salga y vístase“, no “vístase y salga“). Clon se puso lo primero que encontró bajo el asiento y salió del coche con todos los papeles en la mano. Y entonces se oyó una tímida voz bajo la manta: “¿Cariño? ¿Se han ido ya esos tíos?“. Los guardias se miraron otra vez, pasearon la linterna por el interior del coche y dijeron: “Que salga también su compañero, por favor, y nos enseñe su carnet de identidad“. De las profundidades de la manta salió entonces un gruñido feroz: “JODER! Que no lo llevo encima y que estoy en pelotas, COÑO!“. Los guardias volvieron a mirarse, examinaron detenidamente el carnet de Clon, enfocaron otra vez la linterna hacia el interior, donde una muy cabreada Martasánchez se calzaba sus enormes botazas y ponía cara de huno con ardor de estómago, y le susurraron a Clon: “Señorita, ¿está usted aquí por su voluntad?“.

    El tiempo pasó, llegó su aniversario y Martasánchez y su Clon, como buenas rubiazas de provincias, decidieron celebrarlo “a lo grande”. O sea, vender un ternero y comprarse con la pasta una más que abundante cantidad de drogaína. Se calzaron sus botazas, se enfundaron en sus vinilosas minifaldas y salieron a bailar como peonzas, beber como nenúfares e intoxicarse como animales de laboratorio. Acabada la noche, se fueron a casa de Clon a rematar la celebración del aniversario, arrancándose la ropa ya en el ascensor, por aquello de ir ganando tiempo. Llegadas allí, se tumbaron en la cama, se hicieron dos rayas del tamaño de Wisconsin y se arrancaron la ropa que les quedaba, excepto las respectivas botazas.
    Martasánchez sacó un par de relucientes esposas de su bolso, dijo algo tal que: “Cariño, te voy a echar EL POLVO DE TU VIDA“, esposó a Clon al cabecero de la cama y salió de la habitación con una mirada lúbrica que prometía placeres nunca antes experimentados. Clon se retorció un poco sobre el colchón, mitad por la expectación y mitad por el colocón de escándalo que llevaba encima, y contestó algo como: “Oh, sí, fóllame, fóllame” (ambas muchachas, les recuerdo, están talmente sacadas de las fantasías del bakala standard). Los tacones de Martasánchez repiquetearon brevemente por el pasillo, y entonces se oyó un sonido seco y contudente que Clon no supo interpretar. Se encogió de hombros (en la medida en que las esposas lo permitieron) y siguió a su monólogo pornocutre: “Sí, sí, ven, fóllame, hazme de todo, hazme guarradas, fóllame!“. Silencio absoluto en el pasillo. “¿Cariño? ¿Estás en el baño?“. Más silencio. “Cariño… vas a venir y follarme… o algo?“. No hubo respuesta. “Cariño… er… ¿estás ahí? ¿no habrás salido a la calle? No, claro, si no llevas ropa… ¿Cielo? ¿No íbamos a follar?“. Nuevamente el silencio. “Oye, hija de puta, que estoy esposada! Que tengo un colocón inhumano, por dios! Que necesito follar! O fumar, por lo menos! Cariñoooooo!!!! Vuelveeeee!!!“.

    Media hora después, cuando Clon ya estaba afónica de tanto alternar promesas de venganza siciliana con sentidas declaraciones de amor y preocupación por el bienestar de su novieta, volvió a oírse el sonido de los tacones en el pasillo, si bien algo vacilante e inseguro. “Me cago en tu puta madre!“, chilló Clon, “llevo media hora aquí esposada con un colocón de espanto! ¿Dónde cojones…?“, y entonces Martasánchez entró en la habitación con los ojos vidriosos, la cabeza cubierta de sangre y el pulso tembloroso. “¿Qué te ha pasado?“, gritó Clon. “Resbalé en el pasillo con una meada de TU PUTO PERRO!“, aulló Martasánchez. “¡Quítame esto!“, berreó Clon sacudiendo las esposas. “Sí, para que me lleves a Urgencias“, vociferó Martasánchez, “porque si por mí fuera, te juro que te dejaba aquí, hija de puta, guarra de mierda!“.

    LO QUE OCURRIÓ DESPUÉS

    -Martasánchez le quitó las esposas a Clon, las dos se pusieron la ropa, salieron de casa esquivando la meada del perro y el charco de sangre, y fueron a Urgencias intercambiando insultos durante todo el proceso.
    -En Urgencias hubo gran regocijo.
    -La apasionada relación entre ambas terminó algún tiempo después. Martasánchez sedujo a un adinerado empresario astur, que se casó con ella y se la llevó a vivir a Madrid. Concretamente, a la zona de Chueca.
    -En Chueca, seguramente, hay también gran regocijo.
    -Clon ha vuelto a alegrar las noches calientes de Oviedo con su presencia de bacana.

    -El perro bien, gracias.

    Y vamos a por la segunda, bastante más breve que la anterior:

    PALABRA DE BOY-SCOUT

    Era una hermosa y soleada tarde de junio, y las dos muchachas que protagonizan esta historia, incitadas por el calorcito y la pereza estivales, decidieron irse a follar al campo. Cogieron el coche y una mantita (porque los campos astures son abundantes en insectos, hierbas urticantes y residuos sólidos vacunos), y condujeron hacia una zona rural, muy rural. Aparcaron entre unos robles y caminaron un ratito, buscando el mejor sitio para tender la manta y proceder al fornicio. Un hermoso seto de poca altura ofrecía sombra, intimidad y frescor, así que allí sentaron campamento las muchachas.

    Ya se habían quitado las respectivas ropas y empezaban a entregarse a prácticas que todos ustedes estarán imaginando sin dificultad, cuando una de ellas se quedó paralizada en una postura más bien incómoda. “¿Pasa algo, mi amor?“, susurró su pareja, a quien llamaré Bollo1. “Alguien nos está mirando!“, contestó con terror la interpelada, a quien llamaré Bollo2. En efecto, tres pares de ojos atisbaban por entre las hojitas del seto. “Me cago en la puta!“, bramó Bollo1 levantándose de la manta y pateando el seto, “sal de ahí, cabrón!“. Un contundente mugido respondió a su desafío, y tres vacas de aspecto inquietante, interrumpidas en mitad del almuerzo, se alejaron lentamente del seto y de nuestras heroínas. “Joder, qué susto“, dijo Bollo2. “¿Quieres que nos vayamos?“, preguntó Bollo1. “No“, respondió Bollo1, “pero casi mejor ponemos la manta junto a ese muro“.

    Dicho y hecho: comprobaron que el campo tras el muro no contenía vacas, tendieron otra vez la manta y se dispusieron a retomar el asunto donde lo habían dejado. Aproximadamente un cuarto de hora después, Bollo1 creyó oír un ruido y levantó la cabeza. De pie sobre el muro, con expresión intrépida y mirando hacia el horizonte, se erguía un fulano con pantalones cortos de color caqui, sombrero de idéntico color y pañuelo al cuello. Bollo1 y Bollo2 se quedaron mudas. El desconocido saltó al campo (aún sin verlas), hizo un gesto de ánimo con la mano y gritó: “ADELANTE, EXPLORADORES!“. Y entonces, de uno en uno, cincuenta niños fueron saltando el muro y cayendo junto a Bollo1 y Bollo2, que seguían sin poder articular palabra.
    El primer boy-scout
    y el segundo pasaron sin percatarse de nada, mirando únicamente a la espalda del explorador jefe, o guía, o lo que sea. El tercer niño dio la alarma, y pronto nuestras amigas se vieron rodeadas de criaturas que daban alaridos, se partían de risa y las señalaban con el dedo. El explorador jefe se dio entonces la vuelta, se caló las gafitas, abrió mucho los ojos y rugió: “EXPLORADORES! VISTA AL FRENTE! PASO LIGERO! VAMOS-VAMOS-VAMOS!“. Y así, en perfecta formación y sin volver la vista atrás, se perdió en el horizonte la alegre tropa boy-scout.

    ¿Satisfechos? Por dios, son ustedes INSACIABLES!. Está bien, ahí va el resto de las secciones.

    *El hallazgo lingüístico de la semana.

    No se quejen: les traigo dos, y de lo mejorcito que se ha visto por este diario. El primero está bien, pero el segundo… bueno, qué puedo decirles, agárrense y lean, lean.

    -Sub rosa: este latinazgo significa “privadamente, en secreto“, pero su traducción literal es “bajo la rosa“. No he sido capaz de averiguar de dónde procede, pero me parece harto bello. Juren bajo la rosa, tramen conjuras bajo la rosa, asesinen y hagan atrocidades bajo la rosa. Yo también lo haré.

    -Tsujigiri: este término japonés, extraído del vocabulario de esgrima, significa “probar una espada nueva en un transeúnte fortuito“. Qué puedo decir, sigo muda, atónita y muy, muy regocijada. Dejen sus impresiones en la sección de comentarios, si es que ustedes pueden articular palabra.

    *El ser más bello de la semana

    Mi hermosa amiga saga. Ella sabe por qué, y es posible que ustedes puedan saberlo en breve. Ya veremos.

    *Qué estoy leyendo y por qué ustedes deberían leerlo también

    No hay discusión. Ustedes DEBEN leer esto. Deben leerlo YA MISMO. Sí, sin terminar siquiera de leer este diario. Es una pérdida de tiempo, podrían haber empezado ya a leer
    -Blandir la espada (Historia de los gladiadores, mosqueteros, samurai, espadachines y campeones olímpicos), por Richard Cohen. Lo edita Destino y usted debería leerlo. Las razones son tantas que voy a tener que resumirlas en una sola: de ahí está extraído el INCREÍBLE hallazgo lingüístico japonés que acaban de leer. Puedo darles muchas otras razones, vaya que sí, pero se me ha echado el tiempo encima, así que lo dejaré para futuras actualizaciones. Cómprenlo, léanlo y vuelvan a comprarlo para regalarlo. No se arrepentirán.

    Y, por supuesto, tengan cuidado ahí fuera (donde puede caerles un tsujigiri, por transeúntes y por fortuitos).
    Trahn.

    2 Comments

    1. di Lampedusa
      Escrito el día 13 enero 2007 a las 1:31 am | Permalink

      Fascinado estoy todavía por el Tsujigiri. Recuerdo a un maestro de artes marciales que en su juventud se iba a los muelles del río de Kioto a practicar sus mejoras muy curradas en cuestión de puñetazos con todo el malevaje, tras estar todo el día dejándose los nudillos contra el tronco. Supongo que lo de la espada se basa en la misma idea, pero es más frío y frívolo. Lo de las tortas aún tiene su gracia. Lo de la espada y el “casual”, ninguna.

    2. Escrito el día 1 febrero 2008 a las 2:22 am | Permalink

      Tsujigiri… macabro. Gracias Ingram, me has dado una buena idea para hacerle un regalo a un amigo, que casualmente le fascina todo ese mundo.
      Y en cuanto a las historias… xD
      Te sigo leyendo, escudriñando entre todas estas líneas momentos y libros. Me caes muy bien :)

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