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  • Nikos: Sobre mi espada / 10 diciembre 2003

    (para leer escuchando “By my sword“, o con la peli Scaramouche de fondo)
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    Uno de los más celebrados duelistas fue James Crichton (c. 1560-c. 1583), un escocés de noble cuna y de cuerpo y mente tan prodigiosos que a los veinte años ya hablaba once lenguas. También sabía bailar, cantar y tocar toda clase de instrumentos. Retratos de su tiempo representan a Crichton como un hombre apuesto, pese a una mancha roja de nacimiento en la mejilla derecha. Mostraba apasionado apego hacia justas, conciertos, naipes, dados y tenis, y “tenía tanta memoria que cualquier cosa que oyera o leyera podía reproducirla sin un error… No eran menos notables sus logros como esgrimista y como jinete“.

    En 1577 partió en un viaje por Europa. En la Universidad de París, sus compañeros estudiantes colgaron un letrero en la puerta principal de la facultad de Navarre en que se anunciaba: “Si queréis encontrar a este Monstruo de la Perfección, buscadle ya sea en la taberna o en el burdel: es la forma más rápida de hallarle“. Crichton se defendió de tan amistosa estocada anunciando que al cabo de seis semanas se presentaría para responder, en examen público y en cualquiera de las lenguas que hablaba, a cualquier pregunta que le plantearan “de toda ciencia, arte liberal, disciplina o facultad, ya sea práctica o teórica“. El día señalado, fue examinado desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde ante un buen número de espectadores y su actuación fue tan brillante que se le apodó para siempre Crichton el Admirable.

    The Admirable Crichton

    Sirvió en el ejército francés durante dos años y viajó a Génova, donde se labró la reputación de orador brillante; entonces, en 1582, se trasladó a Mantua. Esa ciudad albergaba a un muy temido bravucón italiano. Viajaba por Europa desafiando a quien quisiera retarlo por una apuesta de 500 pistolas (monedas de dos escudos) de oro, unas 400 libras de entonces, cifra asombrosa que equivaldría a 250.000 dólares actuales.
    Para cuando Crichton llegó a Mantua, el campeón había derrotado a tres oponentes locales en tres días, matando al primero con una estocada a la garganta, al segundo atravesándole el corazón y al tercero hundiéndole el arma en el vientre. El duque de Mantua sentía profundo pesar por haberle garantizado su protección a semejante bruto, y Crichton, al enterarse de la alarma del duque, le ofreció luchar contra el autoproclamado campeón, en presencia de la corte de Mantua. El duque dio su consentimiento, se eligieron espadas roperas de igual longitud y el inicio del duelo se señaló disparando una bala de cañón de treinta kilos. Ambos hombres combatían en camisa y calzones y con los pies descalzos.

    Crichton recurrió de inmediato a la defensa, mientras que su adversario -por insólito que parezca no ha quedado constancia de su nombre- hizo gala de su entero repertorio, pero en vano. Además, la “dulzura del semblante de Crichton“, en marcado contraste con el rabioso jadear de su oponente, cautivó a la corte y causó todo un revuelo entre las damas (se dice que dos de ellas se desvanecieron).
    Los espectadores se dieron cuenta de que el italiano se estaba cansando. Sólo en ese punto recurrió Crichton al ataque, alcanzando deliberadamente a su adversario en garganta, corazón y vientre, de manera que cada estocada imitó una de las fatales estocadas en contra de cada uno de los tres hombres que lucharan por última vez contra el campeón italiano, y cada una de ellas le llevó más cerca de la muerte. Cuando todo hubo concluido, Crichton le entregó la espada de su adversario al duque y el dinero del premio a las tres viudas. El duque recompensó a Crichton haciéndole tutor y compañero de su disoluto hijo Vincenzo, “un joven de temperamento ingobernable“.

    Unas semanas más tarde, Crichton regresaba de una visita nocturna a una dama amiga cuando fue abordado por camorristas enmascarados. Se defendió con tanta eficacia que logró desarmar al cabecilla, que se vio obligado a quitarse la máscara y suplicar que le perdonara la vida. Era Vincenzo. Crichton se arrodilló ante él, expresando su pesar y explicando que había actuado en defensa propia. Le tendió la espada a su discípulo con la empuñadura hacia delante. Vincenzo la aferró y, sintiéndose humillado ante su séquito, la hundió a traición en el corazón del otro hombre. De forma que así murió el Admirable James Crichton, sin haber cumplido aún los veinticuatro años.
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    Esto nos lo cuenta el señor Richard Cohen, cinco veces campeón nacional de esgrima en Inglaterra y fundador de Richard Cohen Books, en su libro Blandir la espada. Historia de los gladiadores, mosqueteros, samurai, espadachines y campeones olímpicos. Lo edita Destino y usted debería leerlo. Y blandir la espada.
    Nikos, en garde!

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