Amigos Lectores, esto no es lo que deberÃa ser. Mi intención, y ya se sabe de qué está pavimentado el camino al infierno, era hacer de este diario un prodigio y una maravilla. Escribir como los ángeles, desollar como los demonios. Crear secciones fijas, atenderlas con mimo. Tomar fotografÃas a las portadas de los libros y colocarlas con estupendos y descriptivos pies. Recrearles a ustedes la vista y colocar cada cosa en su sitio. Soy lotech y entre mis virtudes no se cuenta la organización.
Asà que la primera entrada tiene una segunda parte, donde podrán leer una carta de las muchas que escribió la hermosa Ninon de Lenclos, y seguramente tendrá una tercera parte, donde figurará la portada del libro y clamorosos vÃtores a mi propia pericia con esa máquina de Satán que es mi cámara de fotos. Voy aprendiendo sobre la marcha, asà que no puedo prometerles que esto se cumpla tal cual lo deseo.
Hasta entonces, les dejo con la carta VIII, en la que Ninon le explica al joven marqués unos cuantos asuntos muy básicos. El marqués, que deseaba enamorarse, lo ha conseguido por fin. Y, como todo buen primerizo en esas lides, anda que parece que no pisa el suelo, transportado en alas de sentimientos que considera nobles, dignos, elevados y tremendos. Vamos, que se está tomando a sà mismo demasiado en serio, y corre el riesgo de convertirse en un chapas inmisericorde, con la tragedia social que eso conlleva. Ninon, que le tiene cariño, le aclara las cosas y le evita acabar convertido en un Phil Collins con peluca empolvada. Ella sà que sabe.
CARTA VIII
Al fin y al cabo, marqués, ya no hay solución, vuestra hora ha llegado. Me pintáis de tal modo vuestra situación, que en el fondo no hacéis otra cosa que anunciarme claramente que estáis enamorado. En efecto, la joven viuda de la que me habláis es muy capaz de hacerse amar. El caballero de *** me hizo un retrato muy favorecedor. Pero, apenas empezáis a sentir algunas inquietudes consideráis como un crimen los consejos que os he dado. La confusión que el amor aporta al alma y los otros males que causa, os parecen, decÃs, mucho más terribles que los placeres que puede procurar, por mucho que se deseen. Es cierto que muchos hombres honestos piensan que, como poco, el amor causa tanta pena como placer. Mas, sin entrar aquà en una tediosa disertación para discernir si tienen razón o no, si queréis que os diga lo que pienso, el amor es una pasión que, en sà misma, no es ni buena ni mala; son los que la experimentan quienes determinan su condición. Todo lo que diré en su favor es que nos procura un beneficio que hace que los sinsabores que se le imputan carezcan de importancia. Nos saca de nuestra rutina, nos emociona y satisface una de nuestras necesidades más apremiantes. Creo habéroslo dicho en alguna ocasión: nuestro corazón nació para ser azogado, conmoverlo es cumplir con los deseos de la naturaleza. Y es que, ¿qué serÃa de la juventud sin amor? Una larga enfermedad. No existirÃamos: vegetarÃamos. El amor es a nuestro corazón lo que el viento al mar. Es cierto que a menudo provoca tormentas, incluso es el causante de algunos naufragios. Pero también es el viento, sólo él, el que hace navegar a los barcos, y es esa agitación la que les permite avanzar. Es cierto que por su causa en ocasiones las agunas se tornan peligrosas, mas es tarea del capitán saberlas domar.
Vuelvo a mi texto, y ahora que mi franqueza ha debido herir vuestra delicadeza, añadiré que, además de la necesidad de verse agitado, poseemos unas necesidades fÃsicas y mecánicas que son la causa primitiva y necesaria del amor. Quizás esta forma de hablar, viniendo de una mujer, no os parezca muy decente. Comprenderéis que no hablarÃa asà con todo el mundo, mas lo que aquà mantenemos no es una inofensiva charla, ¿verdad?, estamos filosofando. Si mis argumentos os parecen en ocasiones demasiado racionales para provenir de una mujer, recordad lo que os dije la última vez. Desde que tuve uso de razón me propuse analizar cuál de los dos sexos se vio más favorecido por el destino. Comprobé que los hombres no habÃan salido nada mal parados, y sin más me hice hombre.
Si yo fuera vos, no me preocuparÃa en absoluto de si enamorarse es bueno o malo; amarÃa tanto como me pidieran, porque es como si, al existir gentes que se embriagan, prohibieran beber, mientras se discute si es bueno o malo tener sed. Puesto que no podéis libraros del apetito vinculado a la constitución mecánica de todo ser, no hagáis como nuestros antiguos poetas y no perdáis el tiempo en meditar sobre las ventajas o inconvenientes de amar. Vivid el amor como os aconsejé que lo hicierais. Que no se convierta en una pasión sino en un divertimento.
Ya me parece oÃros desde aquÃ, seguiréis abrumándome con vuestros grandes principios y diciéndome que uno no es dueño de detenerse allà donde quisiera. Escuchadme, comparo a aquellos que piensan como vos a los hombres que consideran una cuestión de honor el sentir un gran dolor por una pérdida o un accidente desgraciado, que otras personas consideran importante. Estos hombres no desconocen cómo consolarse, pero encuentran sus lloros deliciosos. Les gusta sentir que son capaces de experimentar cualquier sentimiento hasta el exceso, y esta reflexión les enternece aún más. Buscan cómo alimentar su dolor, lo ensalzan y lo convierten en costumbre. De la misma forma, los amantes de los sentimientos sublimes, animados por las novelas románticas o por los hipócritas, espiritualizan su pasión. Finalmente, a fuerza de delicadeza, acaban en una superstición galante, en la que quedan tan inmersos que acaban por hacerla suya. No piensan en otra cosa que no sea la vergüenza que les provocarÃa el verse abatidos y rendidos por el sentido común, convirtiéndose en simples mortales. Mi querido marqués, guardémonos de caer en semejante ridÃculo. Esta engreÃda actitud, en la época en que vivimos, sirve tan sólo de referencia para los necios. En otra época pensábamos que el amor debÃa ser un sentimiento razonable. Se querÃa que fuera serio y se le estimaba en proporción a la dignidad que poseÃa. ¡Y bien! Yo os pregunto, ¿exigir dignidad de un niño no es quitarle todos sus encantos? ¿No es convertirle en un triste viejo? ¡Qué pena me dan nuestros antepasados! Lo que para ellos era una languidez mortal, un melancólico desvarÃo, para nosotros es una alegre locura, un admirable deliquio. Eran unos insensatos que preferÃan el horror de los desiertos y de los peñascos a las delicias de un vergel adornado de flores. ¡En cuaántos prejuicios hemos caÃdo por culpa de la espantosa manÃa de reflexionar demasiado!
La prueba de que los grandes sentimientos no son más que quimeras del orgullo y de los prejuicios es que, en nuestros dÃas, ya no se ve ese gusto por la galanterÃa mÃstica, por las pasiones desmedidas. Desechad esas opiniones por extendidas que estén. Aún digo más: la manera de sentir que creemos natural pronto desaparecerá y los hombres se asombrarán por completo al ver que las ideas por las cuales habÃan sentido una especie de idolatrÃa no son más que sandeces que terminan por pasar. No debéis, pues, marqués, acostumbraros a divinizar el aprecio que sentÃs por la amable condesa, porque veréis que al final el amor, para que resulte verdadero y nos haga dichosos, lejos de ser conducido como un asunto serio, no pide otra cosa que ser tratado a la ligera y sobre todo con alegrÃa. Nada os convencerá mejor de la verdad de lo que digo como el continuar con vuestra aventura. Porque adivino en la condesa la mujer menos dispuesta a conformarse con una pasión triste y gris. Os advierto que con vuestros grandes sentimientos lo único que conseguiréis es enojarla aún más.
Sigo indispuesta. Estoy tentada de deciros que no salgo de casa en todo el dÃa, pero ¿no serÃa prácticamente como incitaros a venir? No obstante, serÃa muy amable por vuestra parte si os acercarais para comentarme lo que pensáis sobre el Bayazeto del señor Racine. Dicen que la Champmeslé se ha superado.
Releo mi carta, marqués, y esta lectura me pone en vuestra contra. Veo que la verdad es una enfermedad contagiosa. Valorad cuánto queréis invertir en amor, ya se lo dais incluso a aquellas que desean desengañaros. Es realmente curioso: para probaros que el amor debe ser tratado con desenfado tuve que adoptar un tono serio.
**
Si alguno de ustedes, Amigos y Desconocidos Lectores, está pensando “¿A quién me recuerda todo esto?”, que sepa que el dictamen común es: “A la marquesa de Merteuil en Las Amistades Peligrosas“. Un aire sà que se da, especialmente cuando habla de su determinación de hacerse hombre; la buena de Ninon despelleja a su propio sexo sin cortarse un pelo, convencida de estar situada en mejor posición que la mayorÃa de sus hermanas. Pero, ramalazos misóginos aparte, hay que concederle lo imparcial de su juicio: ataca sobre todo la estupidez, el conformismo, los prejuicios, la afectación y la cursilerÃa. En hombres, en mujeres y en transexuales adoradores de Satán.
Con esto terminamos por hoy. Las cartas son buenas y ustedes deberÃan leerlas. Pero, consciente de haber empezado situándome en la lÃnea dura, que es la de la lectura poco común y situada bien lejos de la estanterÃa de Autoayuda y Crecimiento Personal, concluyo con la sección nueva, que se llamará “Encontrado en el último libro“, y que será un compendio de palabros insólitos para Quien Suscribe, y seguramente para más de uno de ustedes, panda de analfabetos. Que no me cogen nunca el diccionario.
*ENCONTRADO EN EL ÚLTIMO LIBRO
Cecuciente: (Del lat. caecutÄens, -entis).adj. Que va quedándose ciego.
Bedelio: (Del lat. bdellÄum, y este del gr. βδέλλιον). m. Gomorresina de color amarillo, gris o pardo, olor suave y sabor amargo, procedente de árboles burseráceos que crecen en la India, en Arabia y en el nordeste de Ãfrica. Entra en la composición de varias preparaciones farmacéuticas para uso externo.
Dos cosas al respecto de estos palabros.
Una, que soy consciente del uso coloquial de cecuciente, en oraciones tal que: “Ufff, qué va, a mà no me pongas ni una más, que estoy ya cecuciente“. Me parece bien, porque el significado standard es bastante terrorÃfico. ¿Nos lee algún cecuciente? Vaya para él mi condolencia.
Y dos, que esto del bedelio lo dice la RAE (o, como la llama mi amigo sepulcravo, “la academia de la Real Lengua“), pero yo lo leà como sinónimo de diamante en el increÃble libro de poemas de Yehuda Ha-Levi, que decÃa enormidades como “sienes de bedelio“. Otro dÃa hablaremos de la poesÃa, que les veo a ustedes muy capaces de creer que JoaquÃn Sabina tiene algo que ver con ese asunto. Y en absoluto. Aún hay clases, como dirÃa mi anciano abuelo.
Tengan cuidado ahà fuera, donde pega un sol que raja las piedras.
Constant Reader.
Un comentario
ke tal, estaba leyendo en una revista un articulo sobre las “mujeres libres”. y entre a un buscador para saber mas sobre la madame ninon, y es asi como llegue aqui. me parece muy interesante lo que creia esta madame, y tmb como escribes, vale ciao. voy a buscar mas cartas para leerlas. si las tienes mandamelas please* ciaO tmb cuidado con el sOl! gracias
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