Buenos dÃas, Amigos y Desconocidos Lectores Constantes.
Esta guÃa, como algunos de ustedes ya predijeron, tiene más altibajos que una Zodiac. Ora les actualizo el asunto a razón de entrada diaria, ora les abandono miserablemente en sus desiertos literarios personales. Dicho sea de paso, ésta es la primera vez que empleo el viejo ora… ora de los ejemplos del libro de lengua. ¿Se acuerdan? Ora… ora, ya… ya, bien… bien. En lo que mis profesores llaman “el habla†(es decir, la realización de la lengua), no me parece que se use demasiado. Bueh.
En fin, aquà me tienen de nuevo, trayéndoles a casita la flamante recomendación de la semana. He estado lejos de los cibercafés pero cerca de las bibliotecas, y he leÃdo cosas muy bellas que ustedes deberÃan leer, porque el fin está cerca y vendrá como un ladrón en la noche, y no sabemos el dÃa ni la hora, y serÃa una pena morirse sin haber leÃdo algunas cosas. SÃ, lo estoy diciendo por Gemma Rovira Ortega, traductora indolente de la última entrega de Harry Potter. He visto continentes moverse más deprisa, maldita vaga.
Volviendo a nuestra recomendación, permÃtanme que antes de explayarme les haga pasar por una pequeña prueba. Responda sinceramente. ¿Qué sentimientos le inspira esta imagen?
a) Asco, mucho asco. PreferirÃa comer cristales antes que acercarme a un bicho asÃ. Y me está apeteciendo pegar un alarido que provoque minúsculas olas en mi taza de café.
b) Cierta indiferencia. Es una rata corriente y moliente. A mà me van más las colegialas con faldita escocesa, no sé si me entiende.
c) Interés. Las ratas molan. El Frente de Liberación de Alimañas mola. Deje de mirarme asÃ, que yo no he dicho nada del depravado de la respuesta b).
Si usted ha respondido que a), es muy posible que la recomendación de hoy no le guste un pelo. Es una pena, pero qué le vamos a hacer. Las fobias es lo que tienen, que se acojona uno por tonterÃas. Mi amigo D.it tiene fobia a los tiburones, motivo por el cual se resiste ferozmente a ir a la playa, viajar en un avión que sobrevuele océanos o utilizar el bidet. Yo misma les tengo un pánico desmesurado a estos bichos:
Dirán ustedes que no hay motivo para salir dando alaridos a la vista de una polilla, que son inofensivas y que no se conocen casos de personas mutiladas por haber encendido un farol en mitad de un descampado. Y seguro que tienen razón, pero yo no consigo olvidar aquella terrorÃfica plaga de polillas de hace seis veranos. Esas musculosas hijas de puta venÃan desde Ãfrica, entraban en las casas particulares y se negaban a ser desahuciadas, por mucho que uno suplicase desde detrás de la puerta. Y asà durante quince dÃas. Argh.
Divago. Si usted ha respondido que b) o que c), entonces este libro puede interesarle. Las colegialas están bien, pero no son capaces de abrirse paso con los dientes a través del cemento.
*LO QUE USTEDES DEBERÃAN LEER
Levántense conmigo, Amigos y Desconocidos, para aplaudir con fervor a los muchachos de Alba Editorial, que han editado cosas tan bellas como la extensa biografÃa de Cole Porter, la imprescindible La tele que me parió, de mi paisano Pepe Colubi, el muy recomendable ensayo Durmiendo con extraterrestres, que les será comentado en esta misma GuÃa del Buen Leer, o el libro que nos ocupa hoy:
Es posible que alguno de ustedes ya haya oÃdo hablar antes del autor, porque Robert Sullivan es periodista, colaborador habitual (según la solapa) de The New Yorker, Vogue y el exótico Condé Nast Traveler. Ahà es nada.
A lo largo de unas trescientas páginas, este señor nos cuenta cómo un buen dÃa se levantó con ganas de estudiar la vida y los milagros de la rata común de Nueva York, más conocida en su casa como Rattus norvegicus, que pulula por callejones desiertos, edificios en ruinas y otros paraÃsos urbanos. Acampó en un callejón pequeño, oscuro y hediondo, pertrechado con unas gafas de visión nocturna, una silla plegable y un termo de café. Y se dispuso a observar y a escribir lo que viera.
Hay que concederle una cosa al señor Sullivan, y no se trata de la forma en que prescinde alegremente de las comas (lo que hay que atribuir más bien a su traductora, Carmen Aguilar) sin que el texto pierda coherencia. Hay que concederle el tesón y el empeño que le puso al asunto: no sólo acampó en el callejón ya mencionado para observar minuciosamente a las ratas residentes, sino que habló con empresas de exterminadores, acudió a convenciones del gremio, charló con vagabundos y otros habitantes del inframundo, leyó todo el material que pudo encontrar sobre estas fascinantes alimañas, y hasta se animó a hacer el Hemingway suburbano, acompañado de unos amiguetes ociosos y empleando una jaula repleta de apestosas exquisiteces que, en teorÃa, atraerÃan incluso a la rata más desganada. Naturalmente, no consiguió cazar ni un mÃsero ejemplar, pero tanto las ratas como los amigos del autor se lo pasaron pipa.
Antes de continuar citándoles los párrafos más jugosos del libro, una advertencia. El señor Sullivan no es un artista de la pluma. Escribe razonablemente bien y se le sigue sin dificultad, pero tampoco es como para sacarlo a hombros de la redacción de su periódico. Se deja leer y eso es todo. Además, se extiende demasiado en reflexiones más o menos poéticas sobre Nueva York, y cae bastante en el tópico de establecer la clásica comparación entre la rata y el hombre, metáfora que me toca un poco los cojones, porque ya la he leÃdo unas doscientas veces y porque me parece que requiere muy poca imaginación. A ver cuando se anima alguien a escribir algo tal que: â€Al contemplar a la rata común, evocamos la existencia de las toallitas de higiene Ãntima femenina. No solamente por su textura suave y húmeda, sino también por su comportamiento y sus hábitos de reproducciónâ€. No tendrá sentido, pero es más arriesgado que irse de cabeza al camino trillado.
Aclarada esa parte, una última advertencia: pueden leer en diagonal algunas partes del libro que, aunque no son propiamente un coñazo, tampoco tienen especial interés. El curtido Lector Constante sabrá distinguirlas él solito, espero. Yo prefiero contarles lo que deben leer con atención y regocijo. Por ejemplo, las historias que siguen:
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EL ORIGEN DE LAS RATAS DE COMPAÑÃA Y DE LABORATORIO
*Es muy posible que fuera Jack Black, el cazador de ratas de la reina Victoria, quien emparentase a las ratas de compañÃa con el Rattus norvegicus salvaje. Jack Black cazaba ratas para la reina, pero también se quedaba con las que le interesaban. Vendió algunas a mujeres; en la época victoriana tener ratas como mascotas fue una moda pasajera: se dice que Beatrix Potter compró su rata mascota al mismÃsimo Jack Black.
Black también crió una estirpe albina de Rattus norvegicus, que luego vendió en Francia a cientÃficos. Las ratas de laboratorio se venden hoy directamente por correo electrónico. Cualquier cientÃfico puede pedir una rata según las necesidades de sus experimentos genéticos. La progenitora de la moderna rata de laboratorio es la rata Wistar, criada en los laboratorios Wistar de Filadelfia. He leÃdo que la rata Wistar se desarrolló a partir de una rata albina que el Wistar Institute consiguió originalmente en Francia. Me gusta creer que todos los progresos de la época cientÃfica moderna derivados del trabajo con ratas de laboratorio son, en última instancia, resultado del trabajo de Jack Black, el audaz cazador de ratas.
LA RATA SABE ADÓNDE VA
Una de las cosas que más me fascinan de las ratas es que tengan noción de dónde están y de dónde han estado. Esto se explica porque les gusta estar en contacto con las cosas. Los biólogos dicen que las ratas son “tigmofÃlicasâ€, lo que quiere decir que â€les gusta el tactoâ€. Tienen predilección por tocar las cosas mientras se desplazan. Sus derroteros son con frecuencia paralelos a paredes, rastros y curvas. En sótanos infestados andan por las vigas paralelas del techo, las superficies resbaladizas de grasa, las tuberÃas de desagüe. Al parecer, se sienten especialmente a salvo en los rincones, cuando pueden tocar una pared y a la vez tener una vÃa de escape.
Cuando vienen y van en busca de comida, las ratas desarrollan una memoria del movimiento muscular, un sentido quinesiológico que les permite recordar las vueltas, la ruta, el recorrido hecho. Como las jóvenes siguen a las mayores, los trayectos se repiten y transmiten. A los exterminadores les gusta decir que, si hubiera alguna manera de echar abajo las paredes de un callejón o de una manzana infestada sin molestar a las ratas, éstas despertarÃan a la noche siguiente, se arriesgarÃan a salir y se desplazarÃan con absoluta precisión por las mismas rutas de la noche anterior, como si las paredes estuvieran todavÃa ahÃ. RecordarÃan las paredes. En la profundidad de sus tendones, las ratas saben historia.
EL REY DE LAS RATAS
Un fenómeno sólo en parte basado en hechos es el del â€rey de las ratasâ€, un tipo de rata mencionado con frecuencia en el folklore ratuno. En general se considera que el â€rey de las ratas†dirige a las demás cuando se juntan y van en manada. Los policÃas que patrullan de noche han declarado a veces haber visto uno de esos reyes al frente de una manada que cruza la calle. Los borrachos cuentan a menudo haberlos visto varias veces. Es verdad que de vez en cuando las ratas se desplazan en manadas enormes. Las he visto hacerlo. También es verdad que dentro de una colonia de ratas surge un macho dominante. Sin embargo no se trata de que una rata lidere a las demás.
Lo que ha despertado la idea de un mÃtico â€rey de las ratas†es el fenómeno real de ratas cuyas colas se han enredado en el nido con las colas de otras ratas. La consiguiente maraña se llama â€rey de las ratasâ€. Las ha habido de dimensiones que oscilan entre tres y treinta y dos ratas. A veces las ratas mueren, a veces las alimentan otras ratas y, por un tiempo, siguen vivas en el nido. En mitos y cuentos sobre ratas merodeadoras y asociaciones secretas de ratas, el â€rey†suele sentarse en el centro de las ratas enredadas por la cola, y las ratas menores le sirven de trono.
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Además de estas cosillas más bien anecdóticas, hay un estudio detallado sobre la historia de las ratas en Nueva York, con hitos puntuales tal que la invasión de Rikers Island en 1915, o la increÃble vida de Jesse Gray, extravagante personaje que consiguió movilizar a los inquilinos de la zona más miserable de Harlem para que denunciasen las asquerosas condiciones en las que vivÃan y se negasen a obedecer las órdenes de desahucio. Unas trece mil personas, que se dice pronto, â€escandalizadas de su propio sufrimientoâ€, como apuntó la prensa, que convivÃan con ratas, basura e infecciones y que, por lo tanto, tenÃan ya muy poco que perder, se echaron a las calles. La comunidad negra, envalentonada por los recientes éxitos en el Sur del movimiento de derechos civiles, se sumó encantada a la movilización. Los hispanos también arrimaron el hombro. La gente llevaba ratas muertas y vivas, y las arrojaba a las escaleras del ayuntamiento o las columpiaba por la cola ante los fotógrafos de la prensa. Esta huelga de inquilinos, la mayor que la ciudad haya conocido, acabó por dar resultado: los tribunales reconocieron las condiciones ruinosas de los edificios y se iniciaron las reparaciones. Jesse Gray, entre arresto y arresto, siguió liderando follones de toda Ãndole. Cuando le preguntaban qué lo habÃa movido a organizar a la gente en defensa de sus derechos como ciudadanos, decÃa: â€TenÃa frÃoâ€.
¿TodavÃa dudan de la necesidad de echarle un ojo a este libro fascinante? Me cuesta creerlo. De todas formas, ahà va una historia más, extraÃda del capÃtulo 9, que hasta los vegetarianos militantes podrán leer con regocijo. He suprimido algunos párrafos y frases aquà y allá, porque son ustedes de la generación del videoclip, y yo sé que les cuesta fijar la atención en algo que dure más de diez segundos. Animalitos.
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PELEAS
A través de Nueva York entraron a lo largo del siglo XIX en Estados Unidos veinticinco millones de personas. En la década de 1830 saltaban de las bodegas de los barcos anclados cerca de la costa mil personas al dÃa. Y, además de vivir en covachas, los inmigrantes recién llegados hacÃan vida social. Durante muchos años, una de las formas de entablar relación consistÃa en apretujarse en pequeños antros –a veces llamados clubs de caballeros-, sentarse al borde de fosos inmundos y asistir a peleas de perros y ratas.
El antro más conocido era un lugar del puerto llamado Sportsman’s man, cuyo propietario y gerente era cazador y empresario de estas peleas: Christopher Keyburn, más conocido como Kit Burns. Kit Burns era tenaz, el rostro de tez rubicunda, robusto y musculoso, con grandes patillas en forma de chuleta. Cuando se emperifollaba, se ponÃa una camisa de color rojo chillón y tirantes. HabÃa nacido en Donegal, Irlanda, y habÃa llegado de niño a Nueva York. Abrió el Sportsman’s man en 1840, en el 273 de Water Street, un barrio considerado por quienes no vivÃan en él “antro de podredumbre moralâ€. Vecino de Kit era John Allen, también conocido como â€el hombre más infame de Nueva Yorkâ€, dueño de un salón de baile.
Como empresario de peleas entre perros y ratas, Kit hizo dinero suficiente para traerse a sus padres de Irlanda, y luego a su hermano, que se hizo policÃa. Kit fabricaba su propia bebida alcohólica y la vendÃa en el reñidero. Era el único alcohol que bebÃa, y lo hacÃa a razón de veinte vasos por dÃa. Formó parte de una pandilla llamada los Conejos Muertos, una banda de la clase trabajadora irlandesa que defendÃa el barrio de otras pandillas “nativistasâ€, como la de los Chicos del Bowery.
Se decÃa que al bar concurrÃan 250 personas decentes y 400 indeseables. El foso de las ratas estaba justo al final del local. Era un óvalo con suelo de tierra y paredes de madera, con bancos y palcos alrededor para los asistentes. Las ratas aparecÃan en jaulas de alambre del tamaño de un cubo grande, de cincuenta en cincuenta, chillando y siseando. Cuando los perros veÃan que las soltaban, aullaban y las ponÃan frenéticas. Jocko el Perro Fantástico, un perro cazador de ratas londinense, ostentaba el récord mundial: habÃa matado cien en cinco minutos y veintisiete segundos.
Cuando eran hombres los cazadores se esperaba de ellos que arrancaran la cabeza del animal. Muchas veces acababan con el rostro mordido y ensangrentado. Incluso a Kit le repugnaban estas escenas: se dice que echó a un individuo a patadas del local por intentar practicar esa modalidad. Aun asÃ, cuando murió, su hija se casó con un degollador de ratas, Richard Toner, alias Dick la Rata.
A Kit le iban bien las cosas, hasta que apareció en escena Henry Bergh, fundador de la Sociedad de Prevención contra la Crueldad con los Animales. La gente lo señalaba por las calles, le llamaban “el bÃpedo ubicuo y humanitarioâ€. “Ahà va el hombre que es bondadoso con los animales indefensosâ€, decÃan. Bergh era un tipo entregado a su trabajo: convenció a los tiradores de clase alta de que dispararan a bolas de cristal, en vez de a pichones vivos; expuso las crueles e insalubres condiciones que padecÃan las vacas lecheras en los sótanos de las fábricas de cerveza, donde las alimentaban con desechos de las destilerÃas: el delito de la leche bazofia, como se denominó. En 1860 centró su atención en las peleas de perros y luego en las peleas de ratas, un sector del ocio en el que Kit Burns ejercÃa un dominio indiscutible. En 1867, habÃa conseguido la desarticulación de los reñideros más destacados.
El único reñidero que seguÃa operando era el de Kit Burns.
Kit estaba acostumbrado a las redadas. Se las ingenió para abrir un túnel al fondo del local a modo de vÃa de escape, un estrecho pasadizo diseñado para que uno o dos hombres pudieran cortarle el paso a la policÃa mientras los cazadores escapaban por la parte trasera. Pero Bergh era persistente y no cejó en la persecución, liderando una redada tras otra, hasta que Kit fue a parar a la cárcel. En el juicio, Kit hizo una elocuente pero extraña defensa de la caza recreativa de ratas, basándose en que, a su entender, las ratas no eran animales; no eran nada en realidad.
-¡El señor Bergh llama animales a las ratas! –dijo Kit-.Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que las ratas son alimañas. Bergh toma partido por las ratas y no nos deja matarlas porque cree que son animales. ¿No matarÃa él una rata si se la encontrara en su despensa? ¡Claro que sÃ! Pero ¿matarÃa un caballo si se lo encontrara en su patio, o en su mismÃsimo salón? Claro que no. ¿Por qué? Porque un caballo es un animal, pero la rata no. Yo conozco a las ratas. Sé que son alimañas y que hay que matarlas. Y si podemos sacar algún partido divirtiéndonos con su muerte, tanto mejor.
La defensa no surtió el efecto deseado, y Kit y Bergh siguieron con su tira y afloja. Mientras tanto, en los alrededores del reñidero de Water Streer, los reformistas religiosos ocupaban tabernas y salones de baile y convocaban sesiones de oración. El propio John Allen alquilaba su salón de baile para esas reuniones religiosas. Kit recibió muchas ofertas para hacer lo mismo. Al ver que las cosas se ponÃan difÃciles en el barrio, acabó por alquilarles el local a los religiosos durante una hora, al mediodÃa. Preguntado sobre si pensaba dejar el negocio de las ratas, contestó:
-No, caballero, en esta casa los juegos seguirán como siempre. En cuanto se marchen esos tÃos, mataremos unas ratas, tendremos un rato de jaleo y toda la juerga que usted quiera.
Pero en diciembre de 1869 murió Belcher, su perro favorito, en una pelea contra un perro de Brooklyn. Kit dijo después que al perro lo habÃan desquiciado las reuniones devotas.
-Nunca volvió a ser el mismo desde que se celebran. Han sido los cánticos, más que las plegarias, los que han acabado con él.
Kit, afligido por la muerte de su perro, alquiló definitivamente el local entero durante tres años. Convertido en misión y hogar para mujeres descarriadas, lo llamaron Misión de Kit Burns. Tiempo más tarde abrió otro local, pero de nuevo fue arrestado y encarcelado. Aunque pocos años antes habÃa sobrevivido en el local de Kerrigan a una cuchillada en el cuello, en la cárcel pilló un resfriado y murió antes de ser juzgado. El funeral congregó a miles de personas y la prensa se hizo eco de su muerte, publicando algunas notas de tributo y homenaje, y otras de censura y desaprobación.
Por su parte, después de evitar un número incalculable de torturas a los animales, Henry Bergh fue más lejos y fundó la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Niños. A pesar de sus esfuerzos, durante un tiempo siguieron celebrándose peleas clandestinas y otros espectáculos parecidos: la gente querÃa reunirse, comer, beber, divertirse y, algunas veces, armar gresca. Algunos historiadores sostienen que el final de las peleas no llegó hasta que otro espectáculo deportivo barato, capaz de congregar multitudes, fue elegido por un creciente número de vecinos de los barrios deprimidos del centro de Nueva York y de todo Estados Unidos: el béisbol.
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Con esto terminamos por hoy. Si aún están despiertos, vayan a la biblioteca y llévense Ratas. Cuatro estaciones entre los vecinos menos queridos de Nueva York: su historia y hábitat. Ya saben: lo escribe Robert Sullivan, lo edita Alba Editorial en su serie Supervivencias, lo traduce Carmen Aguilar, y usted, Amigo Lector Constante, deberÃa leerlo. Porque sÃ. Porque las ratas molan.
Tengan cuidado ahà fuera, donde las ratas roen, roen, roen.
Yo me voy a la biblioteca.
Constant Reader.
[Nota: del monográfico Capote, mejor ni hablamos. Ya les explicaré lo que ha ocurrido en otra ocasión. Seguramente, cuando lo traiga por fin. Hasta entonces, no me echen sal en la herida, que bastante tengo ya con lo mÃo. Snif.]
17 Comments
Estimado Lector Constante
Éste no es un comentario a su atractiva presentación del libro de Sullivan sino uno que se desprende de su observación de temer a las polillas. ¿Ha leÃdo “El terror”, de Arthur Machen? En español hay una edición por Alianza, con traducción de Luis Loayza. Si no lo conoce, búsquelo; su animadversión por esos odiosos lepidópteros se acrecentará. Y, de paso, nos dará usted una nueva demostración de su encantadora prosa en su siguiente entrada a este diario suyo. Los lectores, agradecidos.
Encantada de reencontrarte, espero que pronto lleguen nuevos post, nos sentÃamos muy abandonados sin tus recomendaciones.
¿Asà que lo de la GuÃa del autoestopista galáctico era mentira?
Voy a ponerme otro gin-tonic.
Deberian publicar mas acerca de las ratas blancas, sobre su organismo y sistema circulatorio, ya que es una informacion importante, por lo menos para mi.
SI PUEDEN ENVIENME INFORMACION SOBRE LAS RATAS BLANCAS(TODA LA POSIBLE ENCONTRADA)
me parece excelente el tema acerca de las ratas blancas pero me gustaria saber mas acerca de la rata wistar estoy haciendo una investigacion acerca de esta y me interesaria bastante.
hablando de otra cosa el personaje que escribio estos comentarios me parece realmente estúpido tiene la cabeza metida solamente en su ego le falta te humildad para llegar realmente a la sabidurÃa no sabe de lo que habla nisiquiera, es realmente estupido lastima, que persona tan hueco, pero enrealidad el libro podria llegar a ser bueno.
bien pero seria bueno que metieras informacion de los sistemas conductuales de la rata wistar y su descripcion fisiologica
Aunque un poco sarcastico y elevado de tono, me parece que en vez de critica es solo un punto de vista, por lo que se le respeta la opinion. El libro en realidad es de buena lectura.
Aunque un poco sarcastico y elevado de tono, me parece que en vez de critica es solo un punto de vista, por lo que se le respeta la opinion. El libro en realidad es de buena lectura. Por lo que respecta a la rata me interesaria recibir informacion espero me puedan ayudar
Adquiri recientemente una rata albina y me gustarÃa tener información de la alimenteción mas adecuada para ella. Si pueden ayudarme des agradezco.
Ala, otro libro que va directo al shopping cart y a futuro pedido…
Ratas y libros en una esperanzadora alianza de vicilisaciones.
Robert Sullivan (si es el mismo tÃo) es muy conocido también por su tarea como coordinador de varias antologÃas de relatos de ciencia ficción, publicados en España hace años por ultramar.
Muchas gracias por su aporte y por sacar el grano de la paja, que al fin y al cabo para la información que yo buscaba no necesitaba leerme el libro entero. Si me lo permite, la cito en mi bitácora. Un saludo.
Buenas, me gustó leer lo escrito sobre las ratas, en principio iba buscando información sobre el fenómeno “el rey de las ratas” pero ya de paso seguà leyendo ya que interesante es un rato.
A la escritora la felicito por tan magnÃfico estilo, correcto al 100% aunque incluye expresiones como “me infla los cojones”, que no lo critico sino aplaudo dado que expresa mucho más y le da un toque más humano a la lectura (y humor).
Por otro lado os animo a que le echeis un ojo a la editorial gigamesh (entrad en http://www.gigamesh.com), ya que tiene unas novelas a mi criterio geniales (algunas hay que no me molan pero la gran mayoria es excelente). De esa misma editorial es la saga de hielo y fuego (conocido por el tÃtulo del primer libro: “Juego de tronos”) y en especial los tomos de Tim Powers. También recomiendo un libro que recuerdo con absoluta esquisitez: “Leyes de Mercado”, de Richard K. Morgan.
Saludos
Perdonen la errata, quise decir: saga de “Canción de Hielo y Fuego” del señor George R.R. Martin.
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