Buenos dÃas, Amigos y Vecinos.
Una rápida entrada para recomendar un clásico. Ocurre que a veces estoy releyendo alguna cosa, qué sé yo, un Steinbeck, pongamos De ratones y hombres, y alguien me pregunta: “¿mola?”. Y entonces yo siento una envidia profunda del que me lo pregunta, Lector Afortunado que todavÃa puede leer las aventuras de Lennie y George por primera vez, y pasmarse y regocijarse y entristecerse desde cero.
No todos leemos lo mismo y, lo que es más importante, no todos leÃmos lo mismo en la infancia. Algunas cosas ya no tienen remedio: el que creció sin leer El libro de la selva puede leerlo ahora, pero se perdió grandes momentos infantiles imitando a Mowgli por las esquinas. Otros libros tienen su mejor momento en la infancia, pero brillan igualmente en la madurez del Lector, como ocurre con Steinbeck.
En fin, que lo que para unos es un clásico, para otros es todavÃa un jardÃn cerrado, un sello intacto, una fuente escondida. Asà que, por si alguien no conoce al caballero Julian Barnes y su Una historia del mundo en diez capÃtulos y medio, hoy les traigo un extracto de su libro, aunque tiene ya más años que el hilo negro.
Léanlo si pueden. Julian Barnes escribe muy bien, eso es todo lo que puedo decir al respecto. Ah, y que lo edita Anagrama y lo traduce Maribel de Juan, y que es una recopilación de cuentos. Concretamente, una historia del mundo en diez capÃtulos y medio. Ya tardan.
EL POLIZÓN
Pusieron a los behemots en la bodega junto con los rinocerontes, los hipopótamos y los elefantes. Fue una decisión sensata usarlos como lastre; pero ya podéis imaginaros el hedor. Y no habÃa nadie que limpiara la mierda. Los hombres estaban sobrecargados con los turnos de alimentación, y sus mujeres, que debajo de sus llamaradas de perfume olÃan sin duda tan mal como nosotros, eran demasiado delicadas. Asà que si querÃamos que se hiciera algo de limpieza, tenÃamos que hacerla nosotros mismos. Cada pocos meses retiraban con un torno la gruesa escotilla de la cubierta de popa y dejaban entrar a las aves limpiadoras. Bueno, primero tenÃan que dejar salir el olor (y no habÃa demasiados voluntarios para el trabajo del torno); luego seis u ocho de las aves menos quisquillosas revoloteaban cautelosamente alrededor de la escotilla durante aproximadamente un minuto antes de entrar. No recuerdo el nombre de todas -de hecho una de esas parejas ya no existe-, pero ya sabéis a qué clase de aves me refiero. ¿Habéis visto hipopótamos con la boca abierta mientras luminosos pajarillos picotean entre sus dientes como higienistas dentales enloquecidos? Imaginaos eso en una escala mayor y más sucia. No soy nada remilgado, pero hasta yo me estremecÃa ante la escena que se veÃa bajo cubierta: una hilera de monstruos bizcos a los que les están haciendo la manicura en una cloaca.
En el arca habÃa una disciplina estricta; eso es lo primero que hay que dejar claro. No era como esas arcas de madera pintada con las que tal vez hayáis jugado de niños: todas las parejas felices mirando alegremente por encima de la barandilla desde la comodidad de sus bien fregadas celdillas. No os imaginéis un crucero por el Mediterráneo en el que jugáramos lánguidamente a la ruleta y todo el mundo se vistiera para la cena; en el arca sólo los pingüinos llevaban frac. Recordad: era una travesÃa larga y peligrosa, a pesar de que algunas de las reglas habÃan sido fijadas de antemano. Recordad también que tenÃamos a todo el reino animal a bordo: ¿habrÃais puesto a un leopardo a la distancia de un salto de un antÃlope? Ciertas medidas de seguridad eran inevitables y aceptamos cerraduras de doble clavija, inspecciones de las celdillas y un toque de queda nocturno. Pero, lamentablemente, también habÃa castigos y celdas de aislamiento. Alguien de las alturas se obsesionó con la idea de obtener información, y ciertos viajeros aceptaron hacer de soplones. Lamento tener que informar que chivarse a las autoridades era a veces una práctica muy extendida. No era una reserva natural, aquella arca nuestra; a veces se parecÃa más a un buque prisión.
Me doy cuenta de que los relatos difieren. Vuestra especie tiene una reiterada versión que aún encanta hasta a los escépticos, mientras que los animales tienen un compendio de mitos sentimentales. Pero claro, ellos no van a hacer zozobrar el barco, ¿verdad? No cuando han sido tratados como héroes, no cuando se ha convertido en una cuestión de orgullo el que todos y cada uno de ellos puedan alardear de que su árbol genealógico se remonta hasta el arca. Fueron elegidos, soportaron penalidades, sobrevivieron: es normal que adornen los episodios embarazosos, que tengan oportunos fallos de memoria. Pero yo no me siento obligado a eso. Nunca fui elegido. En realidad, como a otras varias especies, no me eligieron deliberadamente. Fui un polizón; yo también sobrevivÃ; escapé (desembarcar no fue más fácil que embarcar) y he prosperado. Estoy un poco apartado del resto de la sociedad animal, que todavÃa tiene sus reuniones nostálgicas; incluso hay un Club de Lobos de Mar para especies que nunca se marearon. Cuando recuerdo la travesÃa, no tengo ninguna sensación de estar obligado a nada; la gratitud no pone ningún churrete de vaselina en las lentes. De mi relato podéis fiaros.
Probablemente habréis comprendido que el “arca” no era un solo barco. Fue el nombre que le pusimos a toda la flotilla (difÃcilmente se habrÃa podido meter a todo el reino animal en algo que sólo tenÃa trescientos codos de largo). ¿Que llovió cuarenta dÃas y cuarenta noches? Bueno, naturalmente que no, eso no habrÃa sido más que un verano inglés normal. No, llovió durante más o menos año y medio, según mis cálculos. ¿Y que las aguas cubrieron la tierra durante ciento cincuenta dÃas? Engorden esa cifra hasta unos cuatro años. Y asÃ, todo. Vuestra especie siempre ha sido una calamidad para las fechas. Yo lo atribuyo a vuestra curiosa obsesión por los múltiplos de siete.
Al principio el arca se componÃa de ocho buques: el galeón de Noé, que remolcaba el buque almacén, luego iban cuatro barcos ligeramente más pequeños, cada uno de ellos capitaneado por uno de los hijos de Noé, y detrás, a una prudente distancia (la familia era supersticiosa respecto a la enfermedad) el buque hospital. El octavo barco constituyó un breve misterio: una pequeña y veloz balandra con adornos de filigrana en madera de sándalo a lo largo de toda la popa, seguÃa un rumbo servilmente próximo al del arca de
Cam. Si uno se ponÃa a sotavento a veces le tentaban extraños perfumes; en ocasiones, por la noche, cuando la tempestad amainaba, se oÃa una alegre música y risas agudas; ruidos que nos sorprendÃan, puesto que suponÃamos que todas las esposas de todos los hijos de Noé estaban bien instaladas en sus propios barcos.Sin embargo, este perfumado y alegre barco no era robusto: se hundió en una repentina tormenta, y Cam estuvo pensativo durante varias semanas. El buque almacén fue el siguiente que perdimos, en una noche sin estrellas cuando el viento habÃa cesado y los vigÃas estaban adormilados. Por la mañana, lo único que arrastraba el buque insignia de Noé era un pedazo de gruesa maroma que habÃa sido roÃda por algo que tenÃa agudos incisivos y la capacidad de aferrarse a las cuerdas mojadas. Hubo graves recriminaciones por ese motivo, puedo asegurároslo; de hecho, es posible que ésta fuera la primera ocasión en que una especie desapareció arrojada por la borda. Poco después se perdió el buque hospital. Hubo murmuraciones en el sentido de que los dos sucesos estaban relacionados, que la esposa de Cam -a la que le faltaba un poco de serenidad- habÃa decidido vengarse de los animales. Al parecer, la producción de mantas bordadas de toda su vida se habÃa hundido con el buque almacén. Pero nunca se pudo probar nada.
No obstante, el peor desastre, con mucho, fue la pérdida de Varadi. Vosotros conocéis a Cam, a Sem y al otro, el del nombre que empieza con J; pero no habéis oÃdo hablar de Varadi, ¿verdad? Era el más joven y el más fuerte de los hijos de Noé; lo cual, naturalmente, hacÃa que no fuera el más querido en el seno de la familia. También tenÃa sentido del humor, o por lo menos se reÃa mucho, lo cual suele ser prueba suficiente para vuestra especie. SÃ, Varadi siempre estaba alegre. Se le podÃa ver pavoneándose por el alcázar con un loro en cada hombro; les daba afectuosas palmadas en las ancas a los cuadrúpedos, que respondÃan con un bramido de agradecimiento; y se decÃa que mandaba su arca de una forma mucho menos tiránica que los otros. Pero ya ven: una mañana, al despertarnos, descubrimos que el barco de Varadi habÃa desaparecido del horizonte, llevándose consigo una quinta parte del reino animal. Creo que os habrÃa gustado el simurg, con su cabeza plateada y su cola de pavo real; pero el ave que anidaba en el árbol de la ciencia no fue mejor seguro contra las olas que el ratón de agua moteado. Los hermanos mayores de Varadi lo atribuyeron la mala navegación; dijeron que Varadi habÃa pasado demasiado tiempo confraternizando con las bestias; incluso llegaron a insinuar que tal vez Dios le habÃa castigado por alguna oscura ofensa cometida cuando era un niño de ochenta y cinco años. Pero hubiera lo que hubiere detrás de la desaparición de Varadi, constituyó una grave pérdida para vuestra especie. Sus genes os habrÃan ayudado mucho [...].
Bello, ¿verdad? Pues hale, a regalarlo a los Amigos Lectores, que seguro que lo agradecen. Yo soy bastante fan y lo he regalado montones de veces, y nadie ha dicho nunca “ah, sÃ, aquel libro. Lo intenté, pero me aburrió y lo dejé”. O todos mienten o todos lo disfrutaron.
Me voy para el curro a uña de caballo. Disfruten su café y su lectura de la mañana.
Y, naturalmente, tengan cuidado ahà fuera, donde nadie sabe qué coño es la mirra.
9 Comments
Yo fui una de las afortunadas a quien se lo regalaste, y me gustó taaaaanto!. Dejé a medias Inglaterra Inglaterra pero algún dÃa regresaré a él. Como siempre, eterna agradecida a tus recomendaciones.
Bechotes
Gracias por la recomendación, ya sé a quién le puede venir bien como regalo.
Ah, y ¡felices fiestas!
Ah, tú y tu filia por narraciones con animales personificados, jeje. Bueno, he de reconocer que de no existir yo me hubiese perdido La Colina de Watership.
Oye, ¿y tú te estabas leyendo Las Uvas de la Ira en tu infancia?
¿Tú sabes lo mÃo con Barnes? Por supuesto que no se trata de un engaño a Pat Kavanagh.
leibowitz: me alegro de que te gustara. A la vuelta de vacaciones te llamo y te llevo más Mamet y más Foster Wallace. Beso.
Sibila: ah, pues espero que le guste. Tiene otros relatos buenos, como el estudio sobre La balsa de la Medusa, de Géricault, que a mà me parece perfecto. Ya nos contará.
Señor Rata: los libros con animales parten ya con un 4’5 en mi escala. Vamos, que necesitan muy poco para aprobar. Y respecto a Steinbeck, no, no leà Las uvas de la ira en mi infancia, pero sà El poney rojo, La perla, De ratones y hombres y Al este del Edén. Y, salvo La perla, todos me parecieron terribles y perfectos y eso.
rebeca yanke: no, no sé, pero soy todo orejas. Y, ahora que la menciona, Pat Kavanagh murió hace poquito, ¿no?
Tengan cuidado ahà fuera, donde llueve y llueve y llueve.
Gran recomendación, Ingram. La expresión “se hundió en las tinieblas de la imbecilidad”, que sale en el capÃtulo dedicado a la termita que roe el trono del obispo y es excomulgada, se transformó en una frase recurrente para los colegas.
Muy buenas, lector constante.
Animado por un conocido común, he entrado hoy por primera vez en su blog.
No sé qué respuestas podré encontrar aquÃ, pero tengo la sensación de que es un principio para recuperar mi salud mental.
En fin, es un gusto leerle.
49 bye-byes
C. Rancio: pues fÃjese, no lo habÃa recomendado antes porque me pasa una cosa con los libros veteranos de la Biblioteca Constante: que yo estoy ya harta de verlos (en el mejor sentido de la palabra) y pienso, vaya uno a saber por qué, que los Lectores Constantes también lo están. Y claro, se me pasan cantidad de clásicos sin recomendar. Mal, mal. A ver si le pongo remedio.
El nieto de Herminia: eh, muchas gracias por venir. Y gracias también al conocido común, sea quien sea. Demuestra un gusto excelente.
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