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  • El trabajo os hará libres

    Buenos días, Amigos y Desconocidos Lectores Constantes.

    Ha vuelto a ocurrir, Amigos: ya estoy sin curro otra vez, y disculpen la involuntaria aliteración. La serie en la que estaba perdió audiencia a cascoporro en el primer día de emisión (lo que dice mucho y muy bueno del criterio de los telespectadores, pero a mí me da bien por el culo) y no remontó a la semana siguiente, así que el equipo recogió sus bolígrafos y se fue a casita, a hacer girar los pulgares y meditar.

    Yo tuve un breve intervalo de dos semanas de curro en otra serie que, desgraciadamente, tampoco tenía visos de ir a cuajar. En fin, escaleté lo que me mandaron, escribí mi capítulo, lo entregué y volví a casa a hacer girar los pulgares y actualizar el currículum.

    Amigos, ya habíamos hablado antes de los peligros de andar ocioso. Mucho ocio conlleva mucha responsabilidad, ¿recuerdan? Hace exactamente dos semanas que estoy sin curro y ya he cocinado las cuatro recetas que sé, he expurgado a conciencia mi carpeta de papeles y he limpiado hasta los pomos de las puertas. Me despierto a la misma hora que cuando tenía curro, desayuno con toda la parsimonia y, cuando termino, sólo son las diez de la mañana. Paseo en chándal por la casa, fantaseo con desarrollar superpoderes y recorrer la ciudad haciéndome llamar As Herself y ayudando a los ciudadanos a escaletar y encontrar puntos de giro potentes. Leo un libro diario y la pila sobre la mesita desciende a una velocidad alarmante. He visto dos temporadas seguidas de una bonita serie, he ido a un concierto, al cine, al teatro, al banco, a la compra y hasta al médico, y estoy peligrosamente cerca de salir a mirar obras o construir un pequeño comedero en la terraza, para atraer a esos pájaros tan chulos que tienen el plumaje casi azul de tan negro. Uargh.

    En resumen, Amigos, que no sirvo para andar ociosa. Tengo que escribir polisílabos de vez en cuando, o me sale urticaria en los brazos. Y entonces es cuando recuerdo que tengo muerto de risa al Lector Constante, que es siempre mi orgullo y mi alegría, que nunca falla cuando todo lo demás se tambalea, que ustedes a lo mejor lo echan en falta y que ya está bien de andar gimoteando por las esquinas. Entrada habemus, Amigos. El trabajo nos hará libres del chándal.

    Les cuento. Allá por diciembre, la Hermana Constante, Alá le dé la paz y la alegría, se fue a África a ver cocodrilos, hipopótamos y otros bichos más o menos sagrados. Antes de irse, por si acaso sucumbía a una malaria galopante o una fiebre atroz, me dejó esta maravilla en el calcetín.

    Este hermoso cofre de tesoros lo edita Robert Huxley para Ariel y lo traduce Marta Alcaraz. ¿Y qué contiene? Lean, lean la introducción:

    Los grandes naturalistas reúne las vidas de personajes famosos como Aristóteles, el gran filósofo; Carl von Linneo, el hombre que ordenó la naturaleza; el viajero y coleccionista Joseph Banks; Georges Cuvier, el padre de la teoría de la extinción, o los intrépidos Alexander von Humboldt y Charles Darwin, que desafiando tempestades, piratas y enfermedades, cambiaron el curso de la ciencia y cuyas revolucionarias teorías pusieron en jaque las ideas y las creencias de su época. Pero también tienen cabida nombres menos conocidos, como Ulisse Aldrovandi, el primer director de un museo de historia natural; Anton van Leeuwenhoek, que descubrió las bacterias con sus microscopios caseros; Nicolás Steno, que indagó en el pasado geológico de la Tierra, o Mary Anning, la «princesa de la paleontología», una autodidacta con una extraordinaria habilidad para descubrir fósiles.

    Muchos naturalistas también fueron grandes artistas. Este libro está ilustrado con magníficos dibujos de aves, animales, fósiles, peces, conchas y detalles geológicos, casi todos provenientes de los archivos y las colecciones del Museo de Historia Natural de Londres.

    Igual leyendo esto no lo parece, Amigos,  pero Los grandes naturalistas es un libro para niños. También para mayores, naturalmente, pero especialmente para niños, porque tiene hermosos grabados de animales y de plantas que pasmarán y deleitarán al Pequeño Lector Constante, y porque es un libro inspirador. Después de leerlo, resulta terriblemente difícil resistir la tentación de echarse al campo con un bloc de dibujo y un montón de lápices, a retratar con más o menos maña la cantidad de bichejos interesantes que lo pueblan.

    ¿Y no es un poco coñazo?, se preguntará el Amigo Lector, que tiene más a mano una policiaca estupenda. No, hombre, no. Es un tocho y la edición está muy cuidada, pero el contenido es bastante de andar por casa: hay una breve introducción de cada periodo histórico, y luego dedica unas cuatro o cinco páginas, con sus grabados e ilustraciones, a cada naturalista digno de reseña. Luego, si el Lector Curtido quiere, ya indagará por su cuenta en la obra y las circunstancias de ese fulano tan interesante que se lió la manta a la cabeza y se fue a Siberia, a ver qué fauna correteaba por el hielo eterno.

    Venga, les hago extracto y ustedes lo juzgan solitos, ¿les parece? Pues allá vamos:

    PLINIO EL VIEJO, EL ALBACEA DE LA HISTORIA NATURAL (23-79 d.C.)

    Cayo Plinio Segundo fue un filósofo natural romano conocido, sobre todo, por haber escrito el tratado Naturalis historia, título que suele traducirse como Historia natural. Dedicada a Tito en el año 77, constaba de treinta y siete libros, aunquen las notas y el material para la investigación llegaron a llenar unos 160 volúmenes.

    (…) A partir de una exhaustiva lista de las fuentes y las autoridades a las que había recurrido, los libros del tratado versaban sobre astronomía, geografía, fisiología humana, zoología, botánica, metalurgia, mineralogía, y los usos medicinales de las plantas y los productos animales. Se trataba de una curiosa y ecléctica amalgama de opiniones y supersticiones de segunda mano aderezadas con una pizca de observación directa.

    Ducho en gramática y en retórica, Plinio era, sin embargo, un auténtico cotilla; y si bien siempre antepuso los argumentos racionales a las supersticiones populares al uso, no se resistió a incluir en su obra algunas de las creencias más disparatadas de la época: los puercoespines podían lanzar sus púas “disparándolas”, las ranas se transformaban en fango a finales de año para volver a nacer en primavera, y el trigo en mal estado se transformaba en avena.

    El 24 de agosto del año 79, Plinio se hallaba en su villa de Miseno acompañado de su sobrino de dieciocho años, Plinio el Joven, cuando le llamó la atención una extraña nube que cubría la montaña, al otro lado de la bahía. Aquella nube señalaba el comienzo de la terrible erupción del Vesubio, que arrasó Pompeya y Herculano. La sed de conocimientos de Plinio y su deseo de rescatar a sus amigos del fuego le empujaron a cruzar con sus barcos la bahía para llegar a Estabias, a unos cinco kilómetros de Pompeya. Pero aquella decisión se reveló catastrófica. Plinio se desmayó y murió, quién sabe si por la fatal conjunción del asma que padecía y los gases venenosos que despedía el volcán; quizá sufriera un derrame cerebral o un ataque al corazón.

    A Plinio el Joven le debemos gran cantidad de datos sobre la vida de su tío. Le describió como un hombre que solía ponerse manos a la obra antes de que amaneciera; que leía cuanto libro le caía en las manos, anotando siempre lo más relevante de sus lecturas; un hombre para el que todo tiempo apartado de sus estudios era tiempo perdido. Sólo dejaba de leer cuando tomaba su baño, aunque mientras le secaban, un esclavo le iba leyendo en voz alta. También prefería que le llevaran a tener que caminar, todo para no perder ni uno solo de sus preciosos minutos.

    Un auténtico Lector Constante, el amigo Plinio. Claro que, teniendo esclavos que te sequen y te lean en voz alta La voz de las Galias, todo resulta muchísimo más fácil, ¿verdad? En fin, saltemos unos cuantos siglos y conozcamos a otro interesante caballero, éste del Renacimiento.

    PIERRE BELON, EL PADRE DE LA ANATOMÍA COMPARADA (1517-1564)

    Una tarde de abril de 1564, un viajero solitario que atravesaba los bosques de la campiña cerca de París moría brutalmente asesinado. Aunque se desconoce la identidad de sus asesinos, lo que sí sabemos es que en el equipaje no debieron de encontrar nada remotamente parecido a un botín: lo más probable es que Pierre Belon, uno de los pioneros de la exploración científica, hubiera salido a herborizar. Cuando aquella noche le llegó su hora, Belon estaba en lo más alto de su carrera. Y sólo tenía cuarenta y siete años.

    Nacido en 1517 en una familia humilde, Belon creció en una aldea cerca de Le Mans, en el norte de Francia. Estudió farmacia, y gracias a un rico mecenas, pudo formarse en Alemania con el botánico Valerius Cordus, un profesor heterodoxo que animaba a sus alumnos a que se fiaran de sus sentidos y a que realizaran observaciones en la naturaleza en lugar de encomendarse a los clásicos de siempre. Y Belon partió hacia el misterioso Oriente dispuesto a poner en práctica las lecciones de su maestro. Su viaje, de tres años, le llevó a Italia, Grecia, Asia Menor, Palestina, Arabia y Egipto. A su regreso, Belon publicó un libro que cosechó un enorme éxito: Les observations de plusieurs singularitez et choses memorables: Trouvées en Grece, Asie, Judée, Egypte, Arabie, et autres payses estranges (Observaciones de varias cosas singulares halladas en Grecia, Asia, Judea, Egipto, Arabia y otros países extranjeros). Aquella obra cautivó la imaginación de unos lectores europeos que, hasta la fecha, sólo habían podido conocer las plantas, los animales, las gentes y los lugares de aquella parte del globo a través de las obras de los clásicos.

    Esforzándose por separar la realidad de la leyenda, Belon recogió sus impresiones de las ruinas de Grecia y las pirámides de Egipto y realizó las primeras descripciones de la jirafa y otras bestias exóticas.

    Cuando Belon regresó a Francia en 1549 se entregó a la serie de investigaciones zoológicas por la que más se le recuerda en la actualidad. En aquella época, la mayoría de los tratados zoológicos revestía un cariz literario, religioso o “emblemático”; sus autores estaban más interesados en el aspecto metafórico o simbólico de los animales que en los seres vivos de carne y hueso, y en aquellos tratados los elementos moralizantes y las alusiones literarias solían primar sobre lo que hoy consideraríamos descripciones científicas.

    Belon fue el primero en romper con la tradición. En 1551 publicó el tratado Histoire naturelle des estranges poissons marins (Historia natural de los peces marinos raros), en el que se dejaba de historias y leyendas para concentrarse en sus observaciones. Se trataba del primer libro impreso dedicado a los peces, término que, para Belon, englobaba a todos los seres vivos que vivían en el agua. De hecho, la mayor parte del libro estaba dedicada a unos “peces” que los biólogos no clasificarían hoy como tales: los cetáceos, los hipopótamos y el Nautilus nautilus, un molusco cefalópodo.

    Aunque metió a peces y delfines en el mismo saco, Belon reconoció en los últimos la presencia de respiración pulmonar, glándulas mamarias, corazón dividido en cuatro cavidades y placenta, rasgos que ilustró en el grabado del feto de un delfín. La descripción que realizó Belon a partir de ese feto se identifica a menudo como el punto de partida de la embriología.

    El último libro de Belon fue su tratado sobre las aves L’Histoire de la nature des oyseaux (Historia de la naturaleza de las aves), para cuya realización su autor diseccionó más de doscientas especies de pájaros. Belon clasificó a las aves en seis grupos: aves rapaces; aves acuáticas que tienen los pies planos; aves acuáticas que no tienen los pies planos; aves que anidan en el suelo; aves pequeñas que habitan en cercas y matorrales, y aves que pueden vivir en distintos lugares.

    Aunque su sistema de clasificación queda lejos de la taxonomía aviaria moderna, supuso una innegable mejora respecto de las listas alfabéticas elaboradas por los autores que le precedieron.

    Una imagen vale más que mil palabras; y una ilustración de la Histoire de la nature des oyseaux de Belon causó un impacto mayor que el de todas las palabras juntas que el científico publicara jamás. Aquella imagen mostraba, uno al lado del otro, el esqueleto de un humano y el de un ave. Belon indicaba, además, el nombre de cada hueso para demostrar que, a pesar de las diferencias externas entre aves y humanos, sus esqueletos estaban organizados según un patrón común: los elementos que los componían, si bien modificados, eran los mismos.

    Aunque el concepto de “homología” se remontaba a Aristóteles, nunca había sido expuesto de modo tan palmario. La homología entre los órganos y las estructuras óseas de distintos organismos, sin embargo, no era para Belon más que una demostración de la unidad entre los seres vivos. Nada indica que llegara a considerar siquiera la posibilidad de que una especie pudiera transformarse en otra. De eso se ocuparían, al cabo de muchos años, otros naturalistas.

    Qué tío tan listo, ¿verdad? Lo que ahora mismo nos parecen obviedades como pianos, entonces eran descubrimientos asombrosos, Amigos. Y qué alegría y qué alborozo tenía que experimentar toda esta buena gente cuando encontraban un bicho feo como un demonio que nadie había dibujado y clasificado aún. Por eso mismo, por la sorpresa constante y por el pasmarse y volverse a pasmar cada día, los niños tienen espíritu de naturalista clásico. Y si usted ha decidido reproducirse, Amigo Lector, es su deber alimentar los ojos de su criatura con todo lo que se cría sobre la faz de la tierra. No se escaquee, sáquelo al campo, cómprele pinturas, dígale que dibuje mariquitas y cerezas y robles y toros (esto último, desde prudente distancia). Es el camino que lo mantiene lejos de canearle a un compañero, grabarlo con el móvil y subirlo a youtube. Avisado queda.

    Venga, un naturalista más y nos vamos, que las lavadoras no se ponen solas.

    CONRAD GESSNER, EL NACIMIENTO DE LA ZOOLOGÍA MODERNA (1516-1565)

    Gessner, hijo de peletero, nació en Zúrich en 1516. Tenía talento para las lenguas clásicas y estudió en Estrasburgo, Basilea y París. Enseñó griego en Lausana durante tres años, viajó a Montpellier, donde conocó a Pierre Belon, y en 1541 se doctoró en medicina en Basilea. Aquel mismo año empezó a enseñar filosofía aristotélica en el Collegium Carolinum de Zúrich. Sus obligaciones no le dejaron mucho tiempo para viajar, pero su casa siempre estuvo llena de ilustraciones de plantas y bestias exóticas, especímenes secos, gemas, minerales y fósiles. También compartía el cuidado de un jardín con el cirujano y el farmacéutico de la ciudad. Además, para redondear sus ingresos, Gessner escribió y editó numerosos libros. Cuando la peste se lo llevó antes de cumplir los cincuenta, se le atribuían más de sesenta libros como autor o editor.

    En el campo de la historia natural, su obra más conocida es su monumental Historia animalium (Historia de los animales). Gestado gracias al concurso de sus corresponsales, el tratado era hijo de la filosofía y la medicina de su tiempo. Su título evoca la obra homónima de Aristóteles, y su estructura también es deudora de la del maestro griego; el primer volumen trataba de los cuadrúpedos vivíparos; el segundo, de los cuadrúpedos ovíparos; el tercero, de las aves, y el cuarto se ocupaba de los animales acuáticos. El quinto volumen, dedicado a las serpientes, se publicó póstumamente (1587).

    La obra de Gessner, sin embargo, iba mucho más allá de la de Aristóteles, pues el suizo quiso recopilar en su tratado todo lo que hasta entonces se había escrito acerca de los animales. La Historia animalium de Gessner no era un estudio sistemático acerca de la taxonomía zoológica o la morfología: Gessner quería hacer de su libro algo más parecido a un diccionario o a una obra de consulta.

    Cada entrada se abría con una ilustración y estaba dividida en ocho partes. En la primera, Gessner enumeraba los nombres del animal en cuestión en varias lenguas; elefante era elephas en griego y latín, phil en hebreo y persa, leophante en italiano, helfant en alemán, olyant en inglés y slon en sirio. La segunda parte trataba de los distintos lugares en los que vivía el animal y de sus diferencias según su hábitat; así, el elefante indio era más alto y fuerte que el africano.

    En la tercera parte se describían los rasgos físicos y los hábitos del animal: el elefante tenía una piel dura y negra de aspecto despellejado y sarnoso; el sonido de su voz era grave y se parecía al de una trompeta; comía cebada, higos, uvas y cebolla, pero si se comiera un camaleón, moriría (a menos que se le diera un antídoto hecho de olivas silvestres). La cuarta parte de Historia animalium versaba sobre el carácter del animal: el elefante amaba a su patria, le rendía culto a las estrellas, al sol y a la luna, vivía en grupos, era casto, amable y leal a su amo, odiaba a los ratones y le tenía miedo al fuego.

    En la quinta parte se examinaban todos los usos del animal excepto los terapéuticos y alimentarios -aquí Gessner podía echar mano de personajes históricos como Aníbal, que utilizó elefantes en sus campañas militares-, mientras que la sexta trataba de cómo comerse al animal o alguna de sus partes, sección ésta lógicamente breve en el caso del elefante, pero muy extensa en otros casos -la liebre, el cerdo, el pollo o los huevos-, con profusión de referencias a Galeno y a las recetas de Apicio.

    La séptima parte del tratado examinaba las propiedades terapéuticas del animal: según Plinio el Viejo, la sangre del elefante curaba el reuma y la ciática, y Al-Razi sostenía que la carne de elefante seca puesta en remojo de vinagre y eneldo tenía propiedades abortivas, mientras que Dioscórides afirmaba que con el polvo del marfil se elaboraba un ungüento para curar los panadizos. Ésta era la parte del tratado en la que los médicos encontrarían una completísima lista de las aplicaciones terapéuticas de los animales.

    Las entradas de Historia Animalium se cerraban con un apartado filológico; en esta parte, la octava, Gessner ofrecía una lista de todos los significados y usos de los nombres del animal en cuestión. Junto con algunas ilustraciones del animal, esta lista incluía la etimología de cada nombre y sus epítetos (los asociados con el elefante eran “amable”, “osado” y “enorme”); sus usos metafóricos (la “elefantiasis” era una forma de lepra); las bestias, plantas y piedras cuyo nombre estaba inspirado en el animal en cuestión (la “elefantia” era una liebre de piel negra y dura); los nombres propios a que había dado lugar (según Estrabón, en Arabia había una montaña llamada “Elephas”) e, incluso, proverbios a los que el animal hubiera dado origen (“al elefante indio no le incomoda la picadura del mosquito”).

    Al lado de las 197 páginas que Gessner dedicó a los perros, las entradas acerca de los animales del Nuevo Mundo resultaban, naturalmente, más cortas e incompletas. No debemos olvidar que Gessner no había observado directamente todas las bestias, las aves y los peces de que daba cuenta en su obra. Como dar con animales tan esquivos como el elefante o el armadillo era una tarea harto difícil (y cara) -y qué decir de los cuernos de unicornio-, cuando se trataba de animales raros, Gessner recurría en lo posible a las ilustraciones, las descripciones y los ejemplares, aun incompletos, que le enviaban sus corresponsales.

    El grabado del reno, por ejemplo, estaba tomado de la Carta Marina de Olaus Magnus, y la más célebre de todas, la ilustración del rinoceronte, era una copia del famoso grabado de Durero.

    Y cuando la identidad de uno de estos animales no se podía confirmar con pruebas materiales, siempre cabía el recurso a las fuentes escritas. En la Historia animalium, el unicornio aparecía listado como un animal más, igual que el elefante o el armadillo; en la entrada que le dedicó, Gessner recogía información acerca de las bestias con un solo cuerno mencionadas en la Biblia y en las obras de Aristóteles, Eliano, Plinio el Viejo y San Alberto Magno.

    Hale, ya está, que me está dando en la nariz que todo esto de la bichología antigua, con sus grabados viejunos y sus errores como catedrales, produce cierta somnolencia en algunos Lectores Constantes, si no en todos. Me parece bien, porque la basura de un hombre es el tesoro de otro. Pero sería bonito que vieran Los grandes naturalistas como lo veo yo, como un libro inspirador, como una semilla del deseo de salir a ver o a dibujar alimañas y bichejos, porque son todavía hoy prodigios fascinantes y aterradores.

    Si todavía no les apetece leer tranquilamente este libro portentoso, no pasa nada. Les invito, ahora que la primavera está tan cerca, a irse de excursión a Cabárceno, parque natural cántabro donde hay animalitos a espuertas. Pueden echarle un vistazo virtual aquí:

    http://www.parquedecabarceno.com/

    Y si quieren marcarse un completo, vayan antes o después al Museo de Ciencias Naturales, que es como un moderno gabinete de curiosidades y que queda en Madrid. Más datos, aquí:

    http://www.mncn.csic.es/home800.php

    Vaya y llévese a su niño, si lo tiene. Que no se diga que el único museo al que ha ido la criatura es el Museo del Jamón. Hale, hale, a la calle, que el tiempo y la marea no esperan por nadie.

    Yo me voy a empujar la piedra de Sísifo, es decir, a abrirme paso entre un laberinto de papeleos. La burocracia, Amigos, es una guinda envenenada que corona el pastel del desempleo. Me llevo un libro bien grande para hacer más liviana la espera. Leer es bueno. Leer entretiene. Leer es justo y necesario. Larga vida a leer.

    Tengan cuidado ahí fuera, donde los elefantes rinden culto a las estrellas.

    16 Comments

    1. Escrito el día 24 febrero 2009 a las 4:35 am | Permalink

      Boh, he puesto lector contante (y sonante) cuando he escrito la dirección. Bueno, a veces el realmente jodido tener tiempo libre, pero puedo hacer algunas sugerencias, si me lo permites (jiji): invítame a tu casa, si tienes un poco de dinerico hazte una escapada a Toledo, que el tren va follado y siempre merece la pena o ven a cortar tela y patrones conmigo :P

      El libro este será para niños, pero es un compendio cojonudo de personalidades naturalistas, mil gracias por la referencia.Espero ir a Cabárceno la próxima vez que me suba por aquéllas tierras. Salud!!

    2. priest
      Escrito el día 24 febrero 2009 a las 5:08 am | Permalink

      Hola, a mi me gustaria mucho que aprovecharas este retiro involuntario del mundo laboral para explicar eso que comentaste en algun escrito pasado de cómo hacer un guión.

    3. Escrito el día 24 febrero 2009 a las 11:49 am | Permalink

      Ay, querida, lamento verla desempleada y en la cola del paro pero, por otro lado, no puedo dejar de regocijarme pensando que tal vez ahora será más pródiga con su (nuestro) lectorconstante. La vida del guionista está llena de desencantos, lo sé por una buena amiga que se dedica a ello y tan pronto está a tope como se le vienen todos los proyectos abajo.

      Aproveche la ocasión porque las ocasiones pasan más deprisa que el relámpago y goce de la posibilidades de la abundancia de tiempo libre.

      Un abrazo

    4. mirmex
      Escrito el día 24 febrero 2009 a las 2:32 pm | Permalink

      Qué grabados más guapos. Cuando se mencionan a naturalistas, el primero que se me viene a la mente es Gerald Durrell y las historias de su infancia en Corfú. Un beso.

    5. Escrito el día 25 febrero 2009 a las 8:41 am | Permalink

      ¡Genial! Gracias mil por la referencia, y saludos de un estudiante ocioso que comprende el vacío del no hacer nada.
      Por cierto, que me sumo a la sugerencia de priest, ¿cómo se hace un guión?

    6. dadaa
      Escrito el día 25 febrero 2009 a las 2:37 pm | Permalink

      a mí me gustaría que nos contaras qué es un guión y por qué pagan a los guionistas, si no salen en la película.

    7. Escrito el día 27 febrero 2009 a las 1:25 am | Permalink

      Tengo debilidad por este tipo de ilustraciones (aunque la del elefante me da un poco de yuyu: esa trompa mutante…). Gracias por la recomendación; la lista de libros que me gustaría comprar crece y crece de forma alarmante, diría incluso que de forma inversamente proporcional a mis expectativas laborales y económicas.

      Leer es bueno… dependiendo de lo que se lea, claro. Conozco a alguno que lee mucho(básicamente, muchos malos libros) y no le sienta nada bien.

    8. Escrito el día 27 febrero 2009 a las 2:42 pm | Permalink

      ¿Qué puedo decir? Que quiero eso inmediatamente, como lo de la mayoría de las entradas de este pulgoso diario.
      Enlazada quedas en la resurreción del Gabinete. Ya sabes, esa maravilla sobre ratas.

    9. Schnuffelo Tuhé
      Escrito el día 6 marzo 2009 a las 1:06 pm | Permalink

      Qué hermosura pordió. Cacho de descubrimiento tú.

    10. Escrito el día 6 marzo 2009 a las 1:33 pm | Permalink

      Leí algo sobre el grandioso Carl von Linneo, un personaje de cuidado. Citaré un pequeño fragmento revelador:

      “De todos modos, hacía mucho que se creía que las ciencias naturales se dignificarían apreciablemente con una dosis de denominación clásica, así que causó cierta decepción al descubrir que el autoproclamado príncipe de la botánica salpicase sus textos con designaciones como Clitoria, Fornicata y Vulva.”

      ¡Genital!

    11. Schnuffelo Tuhé
      Escrito el día 6 marzo 2009 a las 2:11 pm | Permalink

      Sabía que me sonaba ese verbazo. Eres Ingram!!!!!!!!

    12. Lector Constante
      Escrito el día 7 marzo 2009 a las 1:57 am | Permalink

      Amoelbarroco: si le apetece, organizamos excursión conjunta a Cabárceno. Así, si alguno de nosotros es devorado por un okapi, los demás podrán dar testimonio.

      priest: oído barra. A ver si encuentro alguna imagen que necesito para ilustrarlo, porque los conceptos de parlamento, encabezado, acotación y demás se entienden mucho mejor si se ven sobre el papel.

      arati: gracias por los ánimos. No se está mal del todo en el paro, porque permite desayunar tranquilamente y no tiene uno que salir cuando todavía no están puestas las calles. Pero espero que pase pronto, que hay que pagar el alquiler y el yogur.

      mirmex: en esta casa es devoción lo que tenemos por Gerald Durrell. Alguno hemos recomendado, pero es que habría que recomendarlos todos. Qué titán, qué bien lo escribe todo. Beso a usted también, guapérrima.

      Quikosas: hombre, cuánto tiempo. Anotada la petición, a ver si escribiendo acerca de la cosa guionística consigo que no se me olvide, que yo pierdo el mojo en un decir amén, jesús.

      dadaa: eh, algunas veces sí que salen. ¿No ha visto usted Studio 60? Ahí salen unos cuantos y hasta se define su aspecto y características: hombres adultos vistiendo y comportándose como adolescentes. :)

      Jesús: gracias por venir y comentar, me alegro de que le hayan gustado las ilustraciones. La trompa es un poco inquietante, sí.

      Señor Rata: gracias por venir, comentar y enlazar. Es usted un fiel usuario de la Biblioteca Constante y además suele devolver los préstamos dentro del plazo. Aprendan los demás usuarios de este ejemplar compañero.

      Schnuffelo Tuhé: ¿Y usted es…?

      JoePerkins: gracias mil por la aportación. Es exactamente el tipo de anécdota que encanta a los Lectores Constantes. Ahora ya saben que, si cogen una flor desconocida del campo, podrían estar olfateando una Fornicata Vulgaris. ¡Bravo!

    13. Escrito el día 24 marzo 2009 a las 4:41 pm | Permalink

      Qué alegría. Encontrar estos blogs da mucha alegría, esté o no esté usted en paro. Espero sea para muy poco que es lo mismo que poco o nada.
      Saludos.

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      Hola,aunque soy del gremio estoy prejubilada durante una temporada.

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