• Categorías
  • En la selva caímos

    Buenos días, Amigos y Desconocidos Lectores Constantes

    Es lunes, y de los que matan más hombres que las balas. Reina el desánimo general por toda la oficina, y yo tampoco me libro. Una cosa que todavía no les he contado de mi trabajo es que, más a menudo de lo que podemos soportar, hay largos momentos de ocio. “Pues qué bien”, dirán ustedes. “Tururú”, respondo yo. Hay un límite de vídeos de animalitos graciosos, caídas cómicas y respuestas lerdas de aspirantes a Miss Universo que puede ver el ser humano. En serio, lo hay. Y cuando ya has fumado mucho más de lo que deberías, ya le has dado la vuelta a internet dos veces y no tienes la cabeza para leerte el libro que trajiste para el metro (Dulce pájaro de juventud, en mi caso), empiezas a mirar por la ventana, a suspirar como los perros tumbados y a pensar “yo qué carajo estoy haciendo aquí”. Mal, Amigos, muy mal. A mí me pagan por venir a trabajar y maldita la gracia que me hace madrugar e ir a Castroculo para estar tocándome a dos manos la puerta de la vida. Sobre todo cuando eso supone que, en dos semanas, estaremos trabajando sábados y domingos para recuperar el tiempo perdido (© Marcel Proust). Grñfghs.

    Total, que para escapar un poco de esta sensación kafkiana de tiempo muerto y larguísimo, les traigo una entrada pequeñita. Así yo entretengo el ocio y ustedes tienen algo que leer si resulta que también están atrapados en la oficina, sin poder irse a casa y sin poder trabajar. Aing.

    Hale, ahí les va un poema pequeño y bonito. A leer. Hop, hop.

    En la selva caímos,

    en la oscura selva

    sin otra salida

    que un agujero negro para caer tan sólo

    y jamás levantarse:

    que el toro nos salve

    e ilumine la selva

    y guíe nuestros pasos por el negro agujero

    prometiendo una luz que la selva destruya,

    una luz donde asentar la vida.

    Que el toro nos salve

    y haga un hombre del hombre

    y sendero el oscuro

    camino de la selva.

    Que el toro nos salve,

    ya que promesa oscura

    es el oro de nuestra saliva.

    Esto que han leído lo escribió Leopoldo María Panero, y procede del libro Globo rojo (Antología de la locura), una recopilación de textos de enfermos mentales del sanatorio de Mondragón. Lo editó Hiperión y la antología estuvo a cargo del señor Panero, que se ha currado una volumen pelín irregular, con algunos textos estupendos y otros más bien anecdóticos. El libro también incluye dibujos del enfermo mental de turno, que son tan siniestros y tan desasosegantes como se están imaginando ustedes.

    Este poema, con todo, me gusta bastante. Tiene una imagen poderosa, ese toro solar como un sacrificio a Mitra, y crea con pocos recursos cierta atmósfera de jungla sombría y húmeda, de ésas tan enmarañadas que nunca llega el sol a tocar el suelo. Vamos, que a mí me gusta y a lo mejor a ustedes también. Y si no, pues tampoco pasa nada. Panero tiene cosas mejores y peores que este poema y volveremos sobre él y sobre sus circunstancias en algún momento.

    Con esto les dejo, a ver si convenzo a alguien para hacer algo mejor que fatigar internet buscando distracciones. Comer unas pipas, igual. Y mañana será otro día y que el diablo se lo lleve.

    Tengan cuidado ahí fuera, donde siempre llegará el lunes al término del domingo. Sigh.

    6 Comments

    1. Escrito el día 28 septiembre 2009 a las 8:15 am | Permalink

      Pasa que a estas alturas uno ya es incapaz de no hacer la siguiente suma: toro + poema = sooolitario….

    2. Escrito el día 28 septiembre 2009 a las 11:26 pm | Permalink

      El estrés por infracarga es de los peores tipos, combátelo como puedas antes de que te devore. ¡Yo he vuelto a la universidad!

    3. Escrito el día 29 septiembre 2009 a las 9:30 am | Permalink

      AY! Si yo te contaraaaaaaaaa….
      Ya te contaré, ya, cuando regreses a la patria querida, me prestes el libro, y a ser posible antes, si nos vemos en el aeropuerto en unos días…
      Besos desde el norte.

    4. gas
      Escrito el día 30 septiembre 2009 a las 2:45 am | Permalink

      Si hay algo que sorprende y maravilla de cualquier bosque lluvioso tropical es lo lejos lejísimos que está el dosel -canopy, le dicen los ingleses- y la poquita luz que llega al suelo.

    5. Joserra
      Escrito el día 1 octubre 2009 a las 4:49 am | Permalink

      Vaya, yo llevo así, sin hincarla, casi cinco años, y no me quejo, hay cosas peores, si no que se lo pregunten a Jesús Quesada (Camera Cafe, pena que se haya acabado), aunque es verdad que Internet no aguanta una mañana, menos una semana. Pero me han contado casos sin Internet, glub.

    6. Stiletto
      Escrito el día 19 octubre 2009 a las 9:02 am | Permalink

      ¡¡¡Gññññ!!! ¿Por qué cuando yo me aburro no escribo cosas ni la mitad de buenas que estas con las que nos deleita? Me devora el monstruo de los ojos verdes. Y al mismo tiempo, la gozo como cuto en patatal.
      Por cierto, también he gozado lo mío con un librito delicioso: “Historias de Pekín”, de David Kidd, editado por Libros del Asteroide. Por cierto, el título primero del libro era mucho mejor, “All the Emperor’s horses”.
      Kidd tuvo la suerte de vivir en Pekín justo un poco antes y un poco después de que Mao tomara el poder. En casa de su mujer, hija de un refinado juez de la nobleza manchú, en un casoplón de escándalo, rodeado de maravillas a las que les quedaba un telediario. Y lo cuenta muy hermosamente. Le aconsejo que no se pierda la historia de cómo se arruinaron unos maravillosos quemadores de incienso que llevaban encendidos ininterrumpidamente desde la época Ming. Es de esas imágenes que se te quedan grabadas para siempre.
      El libro es chiquitito, se puede camuflar muy fácilmente en un bolso pequeño y sustituye con mucha ventaja las rondas estúpidas por Internet en un día sin curro. De verdad, no se pierda la historia de los quemadores de incienso. Me lo va a agradecer.

    Deja un comentario

    Tu email permanecerá privado Los campos obligatorios están marcados con *

    *
    *

    ARCHIVOS