Buenas noches, Amigos y Desconocidos Lectores Constantes.
Una entrada breve e informativa les traigo. Hace cosa de una semana, en mitad de uno de esos larguÃsimos momentos de ocio en la oficina, me dio un arrebato. Abrà una cuenta de tumblr y una de twitter, sitios ambos por los que, hasta ese momento, no sentÃa ni una pizca de curiosidad o interés. Qué quieren, ya habÃa revisado diez o doce veces mi correo, jugado al Tetris hasta la pantalla cuarenta y pico y actualizado el status de Facebook con chorradas mil. Y me aburrÃa.
PodrÃa haber utilizado ese tiempo infinito de tedio para escribir algo bonito aquÃ, en el Lector Constante de toda la vida, pero no me veÃa capaz de centrar el tiro como lo hago en casita, con el café, el cigarrillo y la pila de libros al lado. Asà que me animé a probar el género breve, que es una cosa complicada cuando uno acostumbra a extenderse, a escribir polisÃlabos a cascoporro, a rajar y rajar como si no hubiera un mañana.
Mi cuenta de twitter no tiene, creo yo, mucho interés para ustedes. TodavÃa estoy aprendiendo a usarla, practicando el noble arte de no decir gran cosa en ciento cuarenta caracteres. Pero es posible que la cuenta de tumblr les interese un poco más, porque ahà es donde van a parar las cosas que me apetece compartir con ustedes pero que encuentro demasiado breves (o, de alguna manera, inadecuadas) como para traerlas aquÃ.
Para que puedan decidir si merece la pena echarle un vistazo, ahà tienen la última entrada, de hace apenas quince minutos. Alehop.
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Mi abuela, Alá le dé la paz y la alegrÃa, me regaló una versión de La IlÃada para niños cuando tenÃa yo unos diez años. En menos de veinte páginas ya habÃa tomado partido, que es lo que mola de leer la IlÃada. Era muy difÃcil decidirse entre troyanos y aqueos, pero muy sencillo elegir entre personajes.
Paris me parecÃa un mierda. Iba a muerte con Héctor, domador de caballos. Diomedes era el tÃo de los matices: a ratos hacÃa gala de un sentido común a prueba de bomba (“¿Y si nos devolvéis a Helena y acabamos con esta guerra de los cojones?â€), a ratos se le iba la pinza (“Oye, que las naves no avanzan. Yo voto porque sacrifiquemos a Ifigeniaâ€). A veces le echaba unos huevos tremendos a la batalla y se atrevÃa a herir a Afrodita y hasta al mismÃsimo Ares. Pero claro, siempre con Atenea detrás, por si las moscas.
Aquiles molaba porque era un chulángano, una especie de estrella invitada a la guerra de Troya, una diva temperamental que lo mismo se levantaba guerrero asesino que ofendida de la muerte. Recuerdo leer la muerte de Patroclo y pensar: “hostia, hostia, verás cuando se entere Aquilesâ€. Tardé un tiempo en perdonarle la muerte de Héctor, domador de caballos, pero no mucho: fue un detallazo devolverle a PrÃamo el cuerpo, para las honras fúnebres.
En fin, que unos y otros molaban o no molaban, y a veces molaban unos dÃas y otros no, según el humor del que anduviera yo mientras lo leÃa. Pero el que moló siempre y hasta el último momento fue Ãyax Telamonio, Ãyax el Grande. Porque:
-era el más alto y más grande y más fuerte de todos. Un tocho. Un titán.
-era el único al que los dioses no le ayudaban nunca. Y, a pesar de eso, no le hirieron ni una sola vez y hacÃa unas escabechinas tremendas entre los troyanos, que se acojonaban nada más verlo aparecer.
-también se la tenÃa jurada a Héctor, domador de caballos. Pelearon un dÃa entero sin que hubiera ganador. Se despidieron con un apretón de manos y un intercambio de regalos: Ãyax se llevó una espada con su vaina, Héctor se llevó un tahalà púrpura y yo me llevé una palabra nueva para la faltriquera. Pelearon una segunda vez y Héctor casi no lo cuenta.
-protegió los cadáveres de Patroclo y de Aquiles contra un montonazo de troyanos que querÃan llevárselos.
-se volvió loco. Como unas maracas, el pobrecito. En su delirio, vio un rebaño de ovejas, pensó que eran troyanos, le dio un satán y no dejó oveja viva.
-cuando despertó, lleno de sangre, se querÃa morir. La vergüenza se lo comÃa vivo. Cogió la espada que le habÃa regalado Héctor, la apoyó en el suelo y zaca.
-la iconografÃa occidental del suicidio se inicia con la muerte de Ãyax, representada en un sello corintio, allá por el año 700 a.C.
Ãyax, tÃo, cómo molabas.
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Si les ha gustado y les apetece leer más cosillas breves, mirar bonitas estampas y ver curiosos vÃdeos, no tienen más que pasarse por aquÃ:
http://lectorconstante.tumblr.com/
Creo que se pueden dejar comentarios, pero que me ahorquen si sé cómo.
Eso era todo. Estoy preparando otra entrada sobre guión, con preguntas y respuestas, para el Lector Constante. No sé cuándo estará lista, porque el ocio de oficina me está haciendo crujir los dentros cosa mala, y a veces llego a casa y malditas las ganas que tengo de explicar cómo se hace el trabajo que me gustarÃa estar haciendo. Grmpfgh.
Tengan cuidado ahà fuera, donde lo bueno, si breve, bueno y breve.